Vuela por otros aires

En 1998, mi editor en el periódico Reforma, Ernesto López, me asignó la entrevista a Felipe Varea. La historia fue motivación de vida para otros. Tras sufrir un accidente que lo dejó parapléjico, Felipe se aferró a la vida. Le tomó tres años y más de 300 curriculums, pero logró reactivar su vida laboral.
La ropa de Felipe Varea siempre está impecable. Su madre se esmera por mantenerla limpia, planchada y olorosa a lavanda. Ella sabe que una arruga en el pantalón o en la camisa pueden provocar llagas en la piel de su hijo, porque Felipe no puede moverse, vive doce horas en una silla de ruedas y el resto en una cama reclinable.
Encarnación Cosme es una mujer de cabello rizado y rubio, de piel blanca y de mirada clara, pero los pliegues en torno a sus ojos delatan que tiene más de 60 años; desde hace cinco, cuida abnegadamente a su hijo que quedó cuadrapléjico en un accidente de vuelo en caída libre.
El día que Felipe se estrelló había llovido. Iba a Chapa de Mota, Estado de México, para practicar vuelo en hang glider con su amigo Carlos. Un mal presentimiento convenció a Carlos de no volar, en cambio, Felipe confió en que tenía ocho meses de experiencia, por lo que podría emprender el vuelo y controlar el planeador.
A unos metros de la zona de aterrizaje, una corriente de aire lo empujó hacia el bosque. Escogió un par de árboles para que las alas del planeador se ensartaran y se destrozaran.
Frenó contra las ramas. El planeador quedó intacto, pero a él se le desviaron dos cervicales.
Eso fue en 1993. Ahora, Felipe se estira en su silla de ruedas y con el único movimiento que tiene en el cuerpo, el del cuello, reconoce que quedó cuadrapléjico por hacer lo que más le gustaba: volar como Icaro posmoderno.
Es alto y robusto, tiene 29 años, cabello dorado, tez blanca. Es descendiente de refugiados españoles, dueños de un par de departamentos en Polanco. Sentado cerca de la terraza en su casa, le pide a su madre que no se aleje por si necesita algo.
"Al volar pensaba: Me puedo morir. Pero me voy a morir haciendo lo que más me gusta. Nunca pensé en mi familia. Ni le daba la importancia que ahora le doy".
Cuando narra la historia del accidente, el rescate y la vida en el hospital, frecuentemente, Felipe pierde la mirada en el recuerdo. Atribuye parte del deterioro de su salud a que los rescatistas lo bajaron violentamente de los árboles, a que en el hospital no le aplicaron inmediatamente medicamentos que ahora le permitirían tener mayor movimiento e incluso a que le colocaron aparatos descompuestos.
Levántate campeón
Vivió cuatro meses en el Hospital de Traumatología de Lomas Verdes. Aunque divorciados, sus padres siempre estuvieron a su lado. Felipe recuerda orgulloso cómo su familia no lo dejó morir, ya que a pesar de ocho paros respiratorios, ellos siempre pidieron a los médicos que lo resucitaran.
"En uno de esos paros me imaginé en el Estadio Azteca, tirado en el suelo. Oía a mi padre gritarme: ¡Levántate campeón. Tú puedes!... Me levanté y salí del paro".
"Aunque también creo que en otro paro de verdad quedé muerto y me fui directo al infierno. Eso es lo que estoy viviendo. No soy una persona feliz. Estoy en una silla de ruedas sin poder mover más que el cuello. Eso es muy difícil, muy cansado y deprimente".
De Dios no habla. Dice que en su casa nunca le inculcaron la creencia, de hecho, aprendió a rezar el "Padre Nuestro" en el hospital.
"Las enfermeras me decían que rezara y que estuviera preparado para morir. Yo platicaba con Dios y le pedía que me ayudara. Pero no quería resignarme a la muerte, tenía el deseo de demostrar que pese a todo, podía sobrevivir".
Deja de volar y ahora “navega”
Hay un dicho que reza: "No es fácil vivir"; para Felipe, menos.
Felipe suplió su discapacidad física con la computadora. Dejó de volar, pero aprendió a "navegar" en Internet, donde tiene una página con los avances médicos sobre lesión de médula e incluye historias similares a la suya, como la del actor Christopher Reeves.
"Pero la vida de los cuadrapléjicos no es como en las películas. Sabes que la gente a tu alrededor te admira, porque sientes su cariño y su respeto. Pero vivir así no es fácil".
Felipe Varea llega a las 10:00 horas a las instalaciones de Hewlett Packard, en Santa Fe, y se instala frente a una computadora. Para alguien que sólo puede mover el cuello y la cabeza, emplearse en dar asesoría por teléfono sobre equipos de cómputo ha sido la mejor oportunidad que ha tenido para trabajar.
Religiosamente, de lunes a viernes, Felipe se levanta a las 6:30 horas y espera a que llegue a su casa David Rodríguez, quien le ayuda a levantarse, asearse, vestirse y pasar a su silla de ruedas.
Vive en el primer piso de un departamento en Polanco con su madre y su hermana. David es su compañía desde las 8:00 hasta las 20:00 horas. Cuando llegan a la oficina, él le ayuda a colocarse en la boca una especie de bastón, con el que puede manejar cualquier procesador. Las llamadas las responde con una diadema, que activa a través de la computadora.
Tardó tres años y casi 300 currículas en encontrar este empleo. Gana 8 mil pesos mensuales y siempre ha manifestado que puede desarrollar un puesto con mayor responsabilidad.
Estudió Ingeniería Industrial en la Universidad Iberoamericana. Habla inglés al 100 por ciento. Realizó cursos en el extranjero y tiene 29 años. Antes de accidentarse, trabajaba en asesoría de control de calidad, pero al quedar cuadrapléjico se dedicó a hacer traducciones, que le pagaban a la mitad del costo normal.
Pese a que intentó contratarse en su especialidad como ingeniero, ninguna empresa respondió a su solicitud.
Por un amigo supo que en Hewlett Packard necesitaban a una persona para grabar programas en diskettes, empaquetarlos y enviarlos a los clientes. Felipe demostró que podía desempeñar el puesto y fue contratado.
En enero, la empresa inauguró un servicio de asistencia vía telefónica para los clientes y esa es el área donde actualmente se desempeña. Cuando termina su turno, regresa a su casa para comer y por la tarde continúa con el trabajo de grabar y empaquetar diskettes.
Felipe ayuda con el mantenimiento de su casa y paga los gastos de sus medicamentos. Es en su trabajo donde se siente útil, donde bromea con sus compañeros, donde olvida su discapacidad.
Tres veces por semana recibe terapia para intentar recuperar movimiento. Normalmente su día termina a las 20:00 horas, cuando David se va, después de dejarlo recostado y con la televisión prendida.
"Nunca me vayas a fallar", le dijo a David cuando lo contrató hace dos meses. "Y cuando sientas que no vas a llegar, avísame, para que pueda pedirle a alguien que me lleve a mi trabajo".
No quiere fallar, le dijo, porque no puede quedar mal con la empresa ni con las personas que sufren alguna discapacidad.

Publicado por el periódico Reforma. 30 de agosto de 1998.