¡Johny, la gente está muy loca!


¿Por qué creemos en el fin del mundo?
Entiende por qué la humanidad seguirá aferrada a mitos, profecías y predicciones de una hecatombe que nos fulminará de este planeta. 
Por Delia Angélica Ortiz (Publicado en QUO. Enero 2012)
Un grupo de aquellos primeros hombres que habitaron el planeta se acomodan alrededor de una fogata antes de que caiga la noche. El temor a lo inesperado es lo cotidiano en esos días. Vivir en grupo y tallar algunas herramientas primitivas les permite sobrevivir.
De vez en vez, uno de los miembros se levanta a vigilar los alrededores. Si regresa corriendo, agitado, haciendo señales de un peligro inminente, el resto del grupo debe aceptar la información como verdadera. Podría ser un depredador y aquel que cuestione la alarma seguramente será la presa.
Como mamíferos, primates, desde una perspectiva biológica, los humanos somos presa y no depredadores, explica el neurocientífico y psicólogo César Monroy. De manera automática, el hombre está diseñado para recibir información y actuar. Lo que sucede cuando el hombre reacciona ante una señal de alerta o por una advertencia que genera incertidumbre, es la activación de una de sus características más primitivas: el instinto de supervivencia.
Las profecías apocalípticas –sin importar si se trata de la ira de Dios, el fin de la Cuenta Larga de los mayas o el dramático vaticino de algún profeta– activan el instinto de supervivencia porque ­en comparación con otras criaturas­ la mente humana es la única capaz de concebir el futuro, y en ese futuro, la muerte, el fin, el dejar de existir, se muestra como lo inminente.
“Cuando tememos algo, buscamos tener algún control de la situación, de modo que no resulte tan aterrador. Cuando respondes qué pasa después de la muerte, esa incertidumbre se desvanece porque hiciste algo que toma el control de tus miedos y la posibilidad de morir ya no asusta tanto”, señala vía correo electrónico David Ropeik, autor de How Risky Is It, Really?, libro en el que aborda por qué nuestros miedos no concuerdan con las posibilidades reales de peligro.
“La muerte es escalofriante”, agrega el periodista, experto en comunicación de riesgos. “Así que las predicciones del fin de los tiempos pueden sonar extremas, pero solamente son la versión más extrema de lo que hacen las religiones: describir qué pasa después de la muerte, porque la muerte es escalofriante”.

El miedo a morir
La sensación de peligro y el miedo se activan en la amígdala, una pequeña zona del cerebro en forma de almendra. Cuando esta advierte un riesgo manda la señal de alerta al organismo: se incrementa la velocidad del ritmo cardíaco, la sangre bombea con más rapidez de lo habitual y se provoca una reacción conocida como de lucha o huida que forma parte del instinto de supervivencia.
La corteza cerebral ­encargada de procesar información de alta jerarquía, como la conciencia y el razonamiento­, no está involucrada en esta primera etapa para responder a la amenaza. La primera reacción del cerebro ante un riesgo potencial ocurre subconscientemente, en una sección llamada subcorteza, donde se ubica la amígdala. Ahí se liberan acetilcolina y noradrenalina, que son las sustancias neurotransmisoras que provocan todas las sensaciones que se presentan cuando se tiene miedo.
La memoria que acumula la amígdala se denomina “implícita”, donde se guarda lo que alguna vez nos aterrorizó. De hecho, hay emociones que dejan un recuerdo imborrable, como si quedaran tatuadas en el cerebro. Cuanto más fuerte es una emoción, con más fuerza se graba en la memoria. El temor a la oscuridad es uno de los temores más antiguos, quizá porque para los primeros hombres el anochecer significaba ser presa fácil de los depredadores, explica Ropeik.
“Hay muy pocos riesgos de los que se puedan hacer predicciones absolutas. La muerte, sin embargo, es absolutamente cierta. El riesgo significa que la probabilidad de algo malo va a pasar. La probabilidad de muerte es 100%, pero no es tan malo para todos. Ver la muerte como un riesgo depende del punto de vista, muy personal, de aquel con quien estemos hablando”, dice.
La muerte hizo que aparecieran temores desde los primeros humanos, quienes probablemente buscaron muchas maneras de explicarse lo que pasaba y desarrollaron historias que los tranquilizaran respecto a la muerte. “Más que dar esperanza, que es lo que ocurre con muchas religiones, explicar qué pasa después de morir es un camino para calmar los miedos sobre la vida”, señala.
Entre los cazadores-recolectores del Paleolítico, aferrarse a una creencia resultaba más práctico que cualquier novedosa reflexión racional. Valía más un mito que una mala explicación naturalista. Resultaba más adaptativo explicarse los fenómenos apelando a lo sobrenatural, a no poder explicarlos.

Posible pero improbable
En el año 2000, cuando se decía que un fallo cibernético enloquecería los sistemas informáticos del planeta provocando la destrucción de la humanidad, el bioquímico español Rafael Alemañ se interesó por saber qué tenía que decir la ciencia frente a aquellas leyendas y mitos del fin de la humanidad.
“Más allá del poder de sugestión de determinados números, como mil o dos mil, los partidarios de la numerología catastrofista no descansan. A nuestros días se unen, a este desfile de augures, una nutrida tropa de videntes pertrechados con terribles vaticinios sobre la intervención armada de seres alienígenas que pondrán fin a la maldad sobre la Tierra”, escribió en su libro Ciencia y Apocalipsis.
“No todo es mito”, contesta vía telefónica. “En esas creencias también hay una base de posibilidad física, como podría ser el impacto de un meteoro o de un cometa. Hoy, estamos casi seguros de que los dinosaurios murieron por una causa así. ¿Podría suceder eso en el futuro?”.
Reconocido divulgador científico, Alemañ dice que las ciencias naturales han avanzado lo suficiente para permitirnos vislumbrar cuáles son los fenómenos que suponen un riesgo para nuestra supervivencia y nos exponen opciones para combatirlos. Incluso hay fenómenos más posibles que otros: es más viable el colapso de la sociedad consumista a que caiga un meteorito. “Por eso la población debe tomar conciencia del daño medioambiental al planeta y debe tratar de revertirlo”.
Acepta, sin embargo, que si la expansión industrial, el agotamiento de los recursos naturales y el desenfreno de la contaminación provocaran una hecatombe ecológica y social con el consecuente fin de la vida como la conocemos, el universo continuaría su evolución. “El funcionamiento cósmico seguiría sin tener la más mínima variación. Somos una mota de polvo en el océano infinito del universo”, sentencia.
En la lista de los fenómenos naturales que podrían ocurrir se cuenta el choque con un meteorito como una posibilidad real, pues ya han caído piedras interestelares en la Tierra, aunque la energía necesaria para reducir el planeta a escombros tendría que ser de 10 billones de megatones (un billón es millón de millones y un megatón equivale a un millón de toneladas de TNT)­. Esto significa que sería preciso recurrir a un cuerpo celeste extraordinariamente grande y denso, lanzado a una velocidad desusada. Los meteoritos de varios kilómetros y más de un millón de toneladas resultan terroríficos por sus efectos, más son tan escasos y la superficie terrestre es tan grande que la probabilidad de que caigan en una zona densamente poblada es inferior a uno contra cincuenta millones. “Una probabilidad mínima no elimina todo el peligro, pero ayuda al menos a limitar la seriedad de nuestros temores”, dice Alemañ.

La tierra fértil para el caos
Hoy, el cambio climático y el daño ambiental provocado por la mano del hombre también alimentan predicciones del fin de la civilización como la conocemos, porque responden al mismo esquema apocalíptico que el hombre adopta para explicarse el futuro. “Los grupos ecológicos que son muy fanáticos, de alguna manera, están investidos de su propia mitología que cumple con la misma función con la que cumplieron las religiones por mucho tiempo”, asegura Jesús Ramírez Bermúdez, responsable del área de Neuropsiquiatría en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía.
Dice que las obsesiones milenaristas son un fenómeno que se ha observado en prácticamente todas las culturas. “Se trata de narrativas colectivas que tienen su base en estos soportes cerebrales vinculados con la empatía que está relacionada con las neuronas espejo, cuya finalidad es provocar un sentimiento de cohesión que posibiliten la supervivencia, pero son narrativas que se transforman con la cultura, es decir, no están completamente diseñadas desde el punto de vista genético cerebral, sino que son soportes cerebrales que están sujetos a mecanismos de plasticidad que incorporan elementos del ambiente”, describe.
El cerebro humano no solamente está diseñado para tener pensamiento lógico y racional; también es capaz de crear pensamiento mágico, cuya utilidad en la vida diaria permite lidiar con situaciones de incertidumbre. “El pensamiento mágico es un mecanismo de defensa para lidiar con el estrés con los malestares de la vida cotidiana”, explica. “Estas funciones mágicas se activan y se sincronizan con estas grandes narrativas colectivas porque toman la apariencia de verdad, donde mucha gente quiere ver verdad ahí”.
Autor de Breve diccionario clínico para el alma, Ramírez Bermúdez dice que el estado actual de la humanidad provocará que los mitos y las grandes narrativas apocalípticas que dan sentido a la vida de personas vulnerables se vayan mantener todavía durante décadas y probablemente durante siglos. “En este contexto, los mitos apocalípticos tienen un nuevo auge; ocupan el lugar que durante muchos años ocuparon las religiones o las filosofías que promueven el sentido de la ética o la paz. En el fondo, revelan un profundo malestar en la cultura”, explica.
La circunstancia actual del ser humano, agrega, es inédita. La violencia, la falta de bienestar social y económico, la desigualdad y la injusticia, provocan sentimientos de angustia y desesperanza que la psicología identifica como depresión o trastornos de ansiedad, pero que otras veces son solamente angustia existencial por la falta de felicidad.

Borrón y cuenta nueva
En 2009, el escritor Howard Bloom publicó en la revista Psychology Today que el atractivo que ejerce la idea de un “cataclismo final” proviene de que la mayoría de los seres humanos está inconforme con la dirección que lleva la sociedad, por lo que existe un deseo subconsciente de limpiar lo que existe y comenzar de nuevo.
Es un deseo de cambio masivo para mejorar el estado actual.
En eso también coinciden los artículos de revistas sobre psicología que tratan de explicar las obsesiones apocalípticas contemporáneas, pues perciben una sociedad sobresaturada de información y bombardeada por acontecimientos que elevan los niveles de estrés y ansiedad.
Los augurios apocalípticos cumplen un doble papel amortiguador: se plantean como un factor de transformación de la especie humana y como distractor de los problemas cotidianos de nuestra realidad personal habitada por depredadores modernos como la incertidumbre, la inseguridad, las crisis económicas y la falta de dinero, depredadores que mantienen vivas las visiones milenaristas y las supersticiones contemporáneas.
“Ahora, en vez de reunirnos como tribu alrededor del fuego, nos reunimos alrededor de una idea sólida y concreta que nos dé seguridad para defendernos de los depredadores”, explica Monroy, director de Investigación y Desarrollo de la empresa Neuromarketing. “Biológicamente somos mamíferos gregarios. Necesitamos congregarnos en comunidades para defendernos de depredadores. Nuestro cerebro no entiende de política o de economía, nuestro cerebro solo entiende de comida, reproducción, preservación de la especie y de la vida, y para preservar la vida hay que protegernos de los depredadores”.
El neurocientífico encuentra las principales motivaciones de las creencias apocalípticas en los efectos psicológicos que interpretan la realidad: el efecto de expectativa, el efecto profético y el efecto placebo. El primer efecto responde a un esquema similar a como funciona el horóscopo, pues solamente nos percatamos de las cosas que deseamos. El segundo efecto está relacionado con los mecanismos de actuación de las sectas. “Biológicamente estamos diseñados para convivir en núcleos muy cerrados de 12 o 25 personas”, señala Monroy. “Mientras más conozco a mi comunidad más seguro me siento, pero esa comunidad la sostiene un pilar simbólico que suele ser un profeta vivo o muerto. Alguien que sostenga la cohesión de este grupo y si ese pilar es bastante sólido para despejar mi realidad, entonces se da el efecto profético porque a ese profeta podemos atribuirle toda la causalidad vital, todo lo que me pasa en la vida”.
El efecto placebo, por último, es la pastilla de azúcar que soluciona todos los problemas y provoca que el cerebro secrete dopamina y serotonina, produciendo el placer indispensable para funcionar de forma tranquila. “Es como dar la señal de que no hay peligro”, dice Monroy. “El placer cerebral es indispensable en la vida, porque le dice a mi organismo que puede funcionar de forma tranquila, que no hay amenazas a mi vida, que voy a sobrevivir”. La dopamina es un neurotransmisor que afecta las regiones del cerebro relacionadas con el placer; el alcohol y la cafeína incrementan los niveles de dopamina, provocando una sensación de plenitud, es por eso que se genera una adicción a esas sustancias. La serotonina es otro neurotransmisor que estabiliza la fisiología del cerebro, modula la conducta y conduce hacia un estado de tranquilidad. El efecto placebo es, entonces, creer en algo que pensamos que nos salvará del fin del mundo.

La apuesta crítica
Volvamos al grupo de aquellos primeros humanos que habitaron el planeta. De vez en vez, uno de ellos se levanta a vigilar los alrededores. Si regresa agitado, haciendo señales de un peligro inminente, el resto del grupo debe aceptar la información como verdadera.
“Cuestionar los datos que recibe le pondría en desventaja”, advierte el neurocientífico César Monroy. “Cuestionar toma tiempo. Hay que contrastar la información. Hacer una revisión de los datos que tengo con los que estoy recibiendo. Ver si son o no coherentes. Todo eso no es natural, requiere un proceso de racionamiento humano que no es automático”.
El pensamiento crítico es un conjunto de ideas y procesos mentales conscientes –atribuido a la especie humana pensante– que surgió cuando el hombre pudo dominar su entorno y dejó de ser presa.
“Las profecías del mundo están relacionadas con la forma de pensamiento que tiene 80% de la población mundial: el pensamiento lineal, es decir, en mi mundo, yo soy mi propio referente, por lo que todo lo que está cercano a mí es importante y lo lejano no lo es y no lo entiendo”, explica Monroy. “De ahí que una explicación científica sea lejana e irrelevante, pero si mi comadre me dice: el mundo se va a acabar, por supuesto que lo creo”.
¿Qué tal que el mundo se acaba en el 2012?, se pregunta un tanto en broma, un tanto en serio, al psiquiatra Ramírez Bermúdez. “La probabilidad es infinitesimal, pero no tengo problema en hacer una apuesta con cualquiera que quiera hacerlo como experimento”.
¿Quién apuesta?

Cólera del astro rey

Tsunami solar 
¿Qué nos depara el nuevo ciclo de actividad en el Sol? ¿Abrasará la Tierra con una gran tormenta? Por Delia Angélica Ortiz (Publicado en QUO. Enero 2012)
Cada mañana, al llegar a su cubículo, Alejandro Lara observa el Sol, pero no como cualquiera. Analiza la actividad explosiva de su superficie, las perturbaciones que viajan hacia la Tierra y su impacto en el campo magnético terrestre.
A diferencia de las estrellas que podemos ver en las noches, el Sol es la más cercana a nuestro planeta. Aunque se encuentra a una distancia promedio de casi 150 millones de kilómetros, no podemos mirarla directamente porque nos quemaría la retina; de hecho, su estudio es bastante reciente porque antes fue necesario que se desarrollaran los instrumentos adecuados para estudiarla.
Similar a los pronósticos meteorológicos que se hacen del clima en la Tierra, los especialistas se dan a la tarea de predecir el clima espacial. Están lejos de alcanzar altos porcentajes de certidumbre en sus estimaciones, pero estos pronósticos cobran relevancia cuando el Sol entra en periodos de máxima actividad. Y esto ocurre en promedio cada 11 años, al comenzar la temporada de tormentas solares. Es decir, ahora.
Una mayor actividad en el Sol es normal e incluso esperada. La preocupación de los científicos surge cuando esas tormentas ocurren en dirección a la Tierra. El Sol puede escupir, literalmente, hasta 10 mil millones de toneladas de plasma a una velocidad de 2 mil kilómetros por segundo.
Una emanación de gas súper caliente como éstas se denomina eyección de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés), y tardaría cuatro días en hacer contacto con el campo magnético de la Tierra. Sus efectos podrían interrumpir el suministro de electricidad en los países más cercanos a los polos; en su camino afectaría la operación satelital, con graves repercusiones en las telecomunicaciones de las que dependen operaciones militares, aeronáuticas y navales.
Astrofísico del departamento de Ciencias Espaciales de la UNAM, Alejandro Lara recuerda que el 14 de febrero de 2011 inició la actividad del nuevo ciclo solar. Se anunció con una fulguración o flare, término que se ha popularizado entre los científicos para designar estas liberaciones abruptas de energía magnética y luz que alcanzan temperaturas de 26.6 millones de grados centígrados.
Experto en fenómenos eruptivos de la corona solar, Lara muestra una gráfica. Se ve el trazo irregular de una línea paralela y, precisamente a la mitad de febrero, se registra un pico ocasionado por una fulguración. Estos latigazos no llegan a la Tierra y pueden ocurrir de manera independiente a las eyecciones coronales, pero la llamarada del pasado 14 de febrero venía acompañada de una tormenta solar.
En Estados Unidos, el evento se divulgó en medios masivos de comunicación como Valentine's Day Solar Flare. Se presentó con alerta. “No se trató de una gran tormenta, pero llamó mucho la atención porque fue la más grande que se había visto en cuatro años”, explicó Thomas Bogdan, director del Centro de Predicción de Clima Espacial, que depende de la Administración Estadounidense Oceánica y Atmosférica (NOAA).
El fenómeno coincidió con la reunión anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS), la sociedad científica más grande del mundo. Ahí, los especialistas alertaron sobre una eventual tormenta solar que ocasionaría daños mayores a los que causó el huracán Katrina en 2005, cuando Nueva Orleáns quedó bajo aguas de hasta siete metros de profundidad.
El simposio se tituló “Clima espacial: la siguiente gran tormenta solar podría ser un Katrina global”. Bogdan advirtió que de no tomarse las medidas necesarias, los daños podrían sumar 2 millones de millones de dólares (2 trillones de dólares). La comparación tiene sentido para los estadounidenses, que consideran que el huracán Katrina fue el más mortífero y costoso en la historia de ese país, al provocar la muerte de casi 2 mil personas y daños materiales calculados en 75 mil millones de dólares.
Primera fotografía del astro durante un eclipse.
Un viejo desconocido
Es difícil entender lo que ocurre en el Sol, pues sus condiciones físicas y atmosféricas son distintas a las que vivimos en la Tierra. Su superficie no es sólida sino de plasma. Es un estado de la materia que no se ve todos los días, un gas cuyos electrones quedaron libres del amarre atómico luego de someterse a altas temperaturas, descargas eléctricas o la absorción de fotones.
En el centro solar ese plasma puede ser tan denso como el plomo. El corazón del Sol late a temperaturas arriba de 15 millones de grados centígrados donde el hidrógeno, elemento predominante en la estrella, se transforma en helio. La energía liberada por esas fusiones nucleares tarda 50 millones de años en salir a la superficie, por lo que si el Sol dejara de producir energía hoy, tomaría 50 millones de años en que sus efectos se sintieran en la Tierra.
La radiación solar se estima en 383 mil millones de millones de millones de kilowatts (383 billones de trillones de kilowatts), lo que equivale a la energía generada por 100 mil millones de toneladas de dinamita haciendo explosión cada segundo. Más fácil, si fuera posible tomar la energía que el Sol produce en un segundo, se podría suministrar a Estados Unidos de suficiente energía por los siguientes 9 millones de años, de acuerdo con estimaciones de la NASA.
Quizá así es más fácil entender por qué un estornudo del Sol se reciente como una pulmonía en la Tierra. La complejidad de esta estrella gigantesca incluye una rotación diferenciada de 36 días en los polos y 25 días en su ecuador; es decir, el plasma rota a diferentes velocidades según su latitud y longitud. Además, el llamado movimiento convectivo provoca que el plasma también se mueva del corazón hacia afuera.
Esto se suma a que cada 22 años, por el fenómeno Hale, los polos magnéticos del Sol se invierten; si tuviéramos una brújula, durante un ciclo apuntaría el Norte hacia arriba, al siguiente ciclo lo indicaría hacia el Sur, y así sucesivamente.
También lo caracteriza la Circulación de Thermohaline (THC) o Gran Cinturón de Transporte, que involucra una red de corrientes de plasma que van y vienen del ecuador solar hacia el Sur, junto con otras que lo hacen del centro al Norte y de regreso. A esas corrientes les toma 40 años completar un circuito.
La suma de todos estos movimientos de plasma influye los desplazamientos del campo magnético del Sol, que al final es una licuadora de líneas magnéticas que causan pequeñas explosiones locales, tormentas de plasma e incluso manchas en la superficie de la estrella.
Estas manchas aparecen en periodos de aproximadamente 11 años e indican el inicio de un periodo de actividad solar. Esta especie de pecas oscuras son regiones en la superficie que se encuentran más frías. Se originan cuando una línea magnética emerge del centro y forma un arco que mantiene contenida la energía magnética; cuando ese arco se rompe es cuando se libera energía produciendo una fulguración.
A diferencia de la eyección de masa coronal, que es la liberación de energía y de materia –especialmente hidrógeno muy caliente asociado al campo magnético que la originó–, una fulguración es solamente la liberación de luz con mucha energía, pero sin hidrógeno.
“En una fulguración se genera una gran cantidad de energía pero solamente en forma de luz, mientras que en una eyección de masa coronal la energía se traduce en una gran cantidad de hidrógeno con altas temperaturas que se desprende de la superficie solar y comienza a viajar a través del medio interplanetario”, abunda Víctor de la Luz, experto del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) , en Puebla, e integrante de la Comunidad de Divulgación Científica Latinoamericana, astromonos.org.
En enero de 2010, el observatorio solar ruso conocido como TESIS fotografió un par de fulguraciones clase M que ya anunciaban el pronto despertar del Sol. La llamarada que se registró el pasado 14 de febrero fue tipo X, mucho más energética que las anteriores, de acuerdo con una clasificación alfabética de potencia.
“Las fulguraciones clase X son los eventos solares más poderosos capaces de detonar apagones de radio y largas tormentas de radiación. Estas fulguraciones en particular llegan después de que algunas ráfagas tipo M y varias tipo C han ocurrido en días previos. También llegan asociadas con una eyección de masa coronal que viaja a aproximadamente 900 kilómetros por segundo, por lo que se estimó que alcanzaría la órbita terrestre el 16 de febrero”, explica el sitio de noticias de la NASA, que exhibe los videos que grabó desde el espacio el Observatorio en Dinámica Solar (SDO, por sus siglas en inglés).

Asunto de cantidad
El cómputo de los ciclos de manchas solares data del año 1755, cuando comenzó a llevarse un registro formal de su comportamiento. El ciclo actual es el número 24 y comenzó en enero de 2008, pero su actividad ha estado por debajo de lo esperado.
Al día de hoy, señala De la Luz, hay 50 manchas solares y se espera que ese número aumente a 80 para el año 2013, cuando se calcula que el Sol alcanzará su máximo pico de actividad. Esto es, sin embargo, 50% debajo de las 175 manchas que se registraron en 2005, durante el máximo del anterior ciclo solar.
No obstante los pronósticos, las tormentas solares son impredecibles. Las sondas y los observatorios espaciales que comenzaron a escudriñar el Sol nos han acercado a conocer mejor el clima espacial y sus efectos sobre la Tierra, pero aún se desconoce cómo se forma el viento solar y cómo se acelera para abarcar todo el sistema, o cómo la fotosfera puede alcanzar temperaturas mucho más calientes que el propio corazón solar o, mejor aún, si los ciclos de manchas solares han sido una excepción en los últimos 200 años de actividad solar, de los casi 4.6 mil millones de años que el gigante de plasma tiene de existir.
 “Una vez que las eyecciones salen del Sol se puede estimar si van o no a llegar a la Tierra”, comenta Lara, señalando las gráficas que monitorea a diario. “El problema es predecir cuándo van a llegar; según su velocidad, podrán hacerlo en tres o cinco días. También habría que determinar cómo viene su campo magnético, pues de eso dependerá su interacción con la magnetosfera de la Tierra”.
Los rudimentarios telescopios del siglo XVII permitieron que Galileo identificara el Sol como un cuerpo esférico giratorio y en cuya superficie se podían distinguir ciertas zonas menos brillantes que se veían como manchas. Tras esos primeros estudios, comenzó a aceptarse la imagen de un sistema planetario regido por el Sol: un Sistema Solar.
Hace 160 años, durante un eclipse, se tomó la primera fotografía del disco solar con un daguerrotipo. El autor fue Berkowski, quien por cierto nunca publicó su primer nombre. Esa imagen que permitió descubrir la corona del Sol se tomó en un observatorio de Europa del Este, en Königsberg, antigua Prussia.
“El estudio serio de la actividad solar no tiene muchos años”, refiere Wilder Chicana, astrónomo del Planetario Luis Enrique Erro del Instituto Politécnico Nacional. “Realmente estamos en pañales en cuanto al estudio del Sol”.
Jefe de Astronomía y Ciencias del Espacio, Chicana comenta que los modelos actuales están basados en estadísticas con referencias de casi dos siglos que no revelan mayor información frente a los miles de millones años de vida que tiene el sistema solar. “Todavía no estamos en un nivel de conocimiento que nos permita tener certeza sobre predicciones catastrofistas”, dice.
Estadísticamente existe un evento solar importante cada 40 años. Si el último ocurrió en 2003, en el pico del ciclo solar 23, el próximo debería ser en 2043. Sin embargo, los científicos no se ponen de acuerdo. Dependiendo el modelo que utilicen, sus estimaciones son distintas. En algunas proyecciones resulta que 2012 será el año de mayor actividad solar y para otros les da 2013. Algunos insisten en que será un ciclo muy intenso y otros lo descartan rotundamente.
Chicana explica que las teorías que postulan una emisión solar de alta intensidad se sustentan en la posibilidad de que diversos ciclos solares se sincronicen o se retroalimenten, amplificando los niveles usuales de actividad solar. Algunos de los ciclos que se han podido identificar son: la rotación diferenciada, el movimiento convectivo, la inversión de los polos magnéticos, los ciclos de las manchas solares, el movimiento de corrientes de plasma en la "gran cinta transportadora" solar. Sin embargo es muy probable que existan otros cuyo efecto aún no podemos cuantificar y que también podrían contribuir al incremento de la actividad solar.
“Estos ritmos no ocurren al mismo tiempo, pero se espera que sus máximos se sincronicen y por eso se habla de un mega-máximo y se espera una emisión muy intensa”, resume.
Incluso esta hipótesis de la sincronización de los ciclos solares nunca ha ocurrido, advierte; se basa en un modelo que estima que ésta se registrará en 2012. “Afortunadamente, ahora ya contamos con instrumentos que permitirán hacer estudios más precisos y perfeccionar las teorías, incluso las más catastrofistas”.
Por si las dudas, se le pregunta si ya se hizo de provisiones de comida enlatada y agua embotellada. Se ríe. “Soy de los que cree que nada va a ocurrir”.
El 7 de junio de 2011, hubo una espectacular eyección en dirección a la Tierra.
Berrinches solares
La tormenta solar más intensa que se ha registrado en la historia se remonta a 1859. Es una leyenda astronómica conocida como “la tormenta solar perfecta”. Aunque se registró en un periodo de baja actividad en el Sol, fue causada por una eyección de masa coronal que al reconectarse con el campo magnético terrestre pudo abrirlo mientras lo atravesaba, permitiendo la entrada a millones de iones y electrones que penetraron la atmósfera de la Tierra, enloqueciendo las líneas de telégrafos, por lo que se interrumpieron las comunicaciones en Estados Unidos y Europa.
Se le conoce como Evento Carrington, debido a que el astrónomo Richard Carrington consignó el acontecimiento, cuya inducción de electricidad permitió que se vieran auroras boreales en Roma, La Habana y Hawai, con efectos similares en el Polo Sur, según se lee en el portal de divulgación científica de la NASA.
Américo González, jefe del observatorio de centelleo interplanetario Mexican Array Radiotelescope (Mexart), en Michoacán, explica que más allá de la concatenación de eventos solares que podrían generar una eyección solar de alta intensidad, para que ésta provoque una tormenta solar “perfecta”, debe tratarse de una nube solar con un campo magnético en la dirección correcta para reconectarse con la magnetosfera terrestre.
“Estamos hablando de campos magnéticos con polaridades opuestas que se pueden reconectar mientras está pasando la nube solar. Cuando está ocurriendo la reconexión es cuando pasan las partículas. En el momento en el que cambia la dirección del campo de la nube y ya no se pueda reconectar con el de la Tierra, se vuelve a cerrar la corteza terrestre y vuelve a protegernos de las partículas solares”, explica González, experto en estudios interplanetarios y de la heliosfera por el Imperial College-University de Londres.
Si hoy ocurriera una tormenta solar “perfecta” como la de 1859, podría causar pérdidas, tan solo en Estados Unidos, por 30 mil millones de dólares en un día de suministro eléctrico, y más de 70 mil millones de dólares a la industria satelital, de acuerdo con el sitio de la iniciativa Sun-Earth Day, del Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA.
“Los servicios satelitales los usamos cada vez que vamos a una gasolinera y pagamos con la tarjeta de crédito. Hemos hecho nuestras vidas altamente dependientes de la tecnología que es vulnerable del clima espacial”, ha comentado Bogdan para dimensionar los efectos en la vida cotidiana de los fenómenos solares.
Las predicciones más catastrofistas incluso alertan sobre la caída de las bolsas de valores, accidentes aéreos por la pérdida de orientación, apagones masivos durante semanas y explosiones en los ductos petroleros.
Las tormentas solares no traen agua, sino millones de electrones libres que pueden meterse a cualquier conductor como los cables de luz; provocan que las líneas se saturen y se quemen los transformadores de electricidad que encuentran a su paso. Los oleoductos son también conductores ideales; de hecho, desde el espacio se ven como cables gigantes; por eso, el control electrónico de las bombas de esos drenajes petroleros debe estar protegido frente a un eventual bombardeo de electrones que podría inducir corriente eléctrica e incluso producir algún chispazo. 



El 26 de noviembre de 1985, Rodolfo Neri Vela viajó más allá de las nubes. Como experto en radiación electromagnética, trabajó durante siete días en el espacio, junto con los otros seis tripulantes de la nave Atlantis, para poner en órbita tres satélites de comunicación, entre ellos, el Morelos II. Originario de Guerrero, Neri Vela es el primer astronauta mexicano, de hecho, el único a la fecha. Es miembro de la Academia Mexicana de Ingeniería y, desde hace más de dos décadas, ha dado continuidad a la iniciativa de creación de una Agencia Espacial Mexicana. Vía correo electrónico, acepta platicar con QUO sobre los horizontes que abren las nuevas investigaciones solares. 
1.-¿Cuáles son los peligros que encarna esta maravillosa fuente de energía con la que convivimos todos los días? Considero que los geofísicos, y en especial los expertos que se dedican a estudiar  la dinámica del Sol, han aprendido mucho sobre cómo funciona nuestra estrella, pero obviamente aún hay muchas incógnitas y preguntas sin responder. Así como siempre existirá la posibilidad de un impacto de un asteroide o meteorito gigantesco, o un cometa, contra la Tierra, en algún momento del futuro, también hay un peligro latente y constante de que nuestro gran reactor nuclear –el Sol– pierda estabilidad y cause daños indeseables en nuestro planeta….Espero que no suceda…. La Tierra es muy frágil y por ello es importante desarrollar tecnología y apoyar las áreas científicas que nos ayudan a comprender mejor el Universo en el que vivimos.
2.- Una vez que la sonda solar Probe Plus se lance en 2018 y logre acercarse lo más posible a la corona solar, qué respuestas esperamos encontrar? Precisamente, se espera que la información enviada por dicha sonda permita entender el mecanismo de la distribución de temperaturas en la atmósfera solar y comprender mejor el comportamiento del viento solar que cubre a todos los planetas….Sólo entendiendo cómo funciona nuestra estrella, podremos, tal vez, prevenir catástrofes irreversibles en nuestra casa, la Tierra.
3. Cuándo usted viajó al espacio, ¿logró ver alguna fulguración o flare? ¿Cómo se ven desde allá arriba? Cuando mis compañeros de la misión 61-B y yo orbitamos la Tierra 109 veces en 1985 no tuvimos problemas en ese sentido. Aunque el Sol tiene sus ciclos de máxima actividad más o menos predecibles, puede haber explosiones en cualquier momento, que dañen equipo electrónico –como los satélites de comunicaciones– o que obliguen, por ejemplo, a cancelar o reprogramar las caminatas espáciales de alguna misión. Es importante señalar que la radiación está presente en todo momento, especialmente cuando los vehículos espaciales atraviesan la Anomalía del Atlántico Sur.
4.. ¿Qué precauciones tener respecto a la radiación o incluso ante una eventual lluvia de electrones que dañara los circuitos? ¿Qué protocolos se siguen? No hay nada al respecto. Cada quien va al espacio bajo su propio riesgo, llevando consigo diversos instrumentos para medir los niveles de radiación solar, pero hasta ahí. En cuanto a los equipos de cómputo, siempre hay respaldos y redundancia, esperando con ello reducir el riesgo de fallas en la comunicación y los sistemas de control.
5. ¿Cómo dimensionar como mexicanos los efectos del Sol? Todos los satélites, sin importar su propietario, se han visto en algún momento afectados por las tormentas solares, en mayor o menor grado. Sólo hay interrupciones en las comunicaciones y daños poco importantes, pero siempre existe el riesgo de alguna catástrofe. La perfección no existe. Sólo Dios.


Enfriamiento global
La falta de consenso entre los científicos sobre lo que debemos esperar de la actividad solar es resultado de las lagunas de conocimiento. “El Sol nos está enseñando que las cosas que pensábamos que ya estaban explicadas, no son totalmente ciertas”, comenta De la Luz.
“Una parte de la comunidad de física solar incluso propone que el ciclo de 11 años es en realidad un comportamiento anómalo, y que un Sol sin actividad es como normalmente debería permanecer. Podría ser una simple casualidad que estas décadas, cuando comenzamos a mirar el comportamiento del Sol, lo tomamos en su fase más anómala, es decir, con ciclos bien establecidos; sin embargo, estas nuevas teorías solamente podrán ser corroboradas después de varias décadas de observación”, explica.
Entre finales de 2008 e inicios de 2009 se llegó a un mínimo en el número de manchas solares en el ciclo actual; aunque las manchas son menos que las registradas en otros periodos, hay modelos que indican que la intensidad del ciclo solar 24 será mayor, otros insisten en que no y otros más aseguran que para el siguiente periodo de 11 años la actividad decaerá aún más.
La irregularidad en la aparición de manchas fue contundente entre 1645 y 1715, cuando se registró el llamado Mínimo de Mauder, periodo en el que el astrónomo británico Walter Mauder probó que el ciclo de manchas solares de 11 años fue prácticamente nulo. Este fenómeno se asoció con una temporada helada conocida en Europa como “La pequeña Era del Hielo”, entre 1500 y 1850, aunque no existe evidencia probada de que ambos eventos estén relacionados.
La investigadora Blanca Mendoza, del Instituto de Geofísica de la UNAM, incluso ha propuesto un modelo que propone la desaceleración del calentamiento global, si continúa la tendencia a la baja en la actividad solar.
De acuerdo con sus proyecciones, la actividad de los ciclos solares 24 y 25 seguirá disminuyendo hasta el año 2029, y esto podría incidir en la reducción entre 10 y 40% del calentamiento global que ha provocado el hombre en el planeta.
La académica ha reconocido el riesgo de hacer aseveraciones basadas en modelos cuando se carece de mediciones y hechos, pero dice que como científica esta obligada a realizar este tipo de trabajos que somete a consideración de sus pares a través de revistas científicas arbitradas.
“Si el Sol entrara en un episodio de baja actividad, como los ha tenido en el pasado, entonces contribuiría a reducir el calentamiento, aunque no lo revertiría. Esto es especulativo, porque no podemos comprobarlo hasta ver qué pasa con los siguientes ciclos solares y si realmente ocurren ciclos chaparros o de baja actividad”, dice Mendoza.
Ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su trayectoria científica, Mendoza es todavía más osada en sus proyecciones y ha propuesto que las perturbaciones magnéticas que resultan del impacto de la actividad solar podrían tener un efecto en la salud humana. De hecho ha encontrado una correlación estadística significativa entre los eventos solares y la muerte por paro cardiaco entre la población en riesgo, hombres enfermos mayores de 60 años.
Insiste, sin embargo, en que son investigaciones en desarrollo. Sus propios colegas explican que son hipótesis que no se sostienen cuando se piensa que la influencia solar sobre la Tierra ha sido de casi 5 mil millones de años y sus efectos han sido precisamente los que posibilitaron el origen de la vida.

El día después de…
En marzo de 1989, una tormenta solar mucho menos intensa que la perfecta tormenta espacial de 1859 provocó que la planta hidroeléctrica de Quebec, Canadá, se detuviese durante más de nueve horas. Los daños y la pérdida de ingresos resultante de ese evento se estiman en 6 mil millones de dólares; los errores satelitales afectaron sus comunicaciones e incluso provocaron el cierre de su bolsa de valores.
“Son efectos que quizá para el usuario de un celular parecerán prácticamente imperceptibles porque la interrupción de las comunicaciones será por unos minutos, pero para un banco o para la bolsa de valores o para las operaciones militares, estamos hablando de que esos minutos pueden repercutirles de manera importante”, explica Lara.
“En 1989 hubo un evento muy grande. Eso da mucho miedo a la gente. Si lo pensamos bien, los eventos solares son como cualquier otro evento natural. Hay que aclarar que sus efectos no se registran a nivel mundial, porque por la estructura del campo magnético de la Tierra, los efectos son más grandes en los polos. Nosotros que estamos cerca del ecuador terrestre estamos bastante protegidos”, agrega. 
Actualmente la actividad solar es moderada; incluso hay indicios de que se reducirá, dice Omar Miranda, especialista en física solar del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del IPN  (Cinvestav). “Se estudia el problema para tomar precauciones, porque si hubo una tormenta solar en 1859, puede haber otra en alguna década y es bueno estar preparado, estimar los costos y daños”, señala. Pero cualquier predicción es mera especulación.
No se han podido explicar muchas preguntas sobre la formación del campo magnético solar ni de cómo este se mantiene sin disiparse en el tiempo. Se tiene una idea general, pero se desconocen muchos detalles sobre el pasado y el presente de la actividad magnética solar. Por eso es peor intentar predecir el futuro”, señala Miranda.
Sin embargo, la astrofísica hindú Mausumi Dikpati se ha arriesgado a hacer proyecciones y estima que el nuevo ciclo solar será 40% más intenso que el anterior. Su predicción no tiene precedentes. En los casi dos siglos de estudio del Sol, los científicos han tenido dificultades para predecir el tamaño de la máxima actividad solar y siempre han fracasado.
Lideresa de un equipo de investigación solar en el Observatorio de Gran Altitud del Centro Estadounidense de Investigaciones Atmosféricas (NCAR), Dikpati lanzó su estimación en 2006, basada en un modelo de simulación de los fenómenos físicos al interior del Sol.
Ese modelo se basó en una teoría apoyada por otros científicos: la velocidad del Gran Cinturón de Transporte anticipa la intensidad de la actividad de las manchas solares 20 años después, pues estas corrientes barren los campos magnéticos de las manchas solares muertas, arrastrando los cadáveres a los polos solares a una profundidad de 200 mil kilómetros, donde se amplifican nuevamente antes de flotar a la superficie solar luego de dos décadas.
Contradiciendo lo anterior, David Hathaway, físico solar del Centro Marshall de Vuelos Espaciales de la NASA, recientemente comenzó a sospechar que las manchas solares no se encuentran enraizadas en ese cinturón. Relacionar ambos fenómenos implicaría correspondencia entre la velocidad de las corrientes y la aparición de nuevas manchas. Sin embargo, al parecer el cinturón también se mueve a velocidades diferenciadas.
Lo que ocurre es que los observatorios espaciales proporcionan nueva información para fortalecer o descartar las teorías que se tenían sobre la actividad solar. Mientras estas sondas espaciales se acerquen más a la corona solar, se contará con mayores datos para entender su comportamiento.
“Con las características físicas que tiene nuestra estrella madre, ¿alguien quiere acercarse a ella? Por supuesto que no”, escribió recientemente en el periódico El Universal el astronauta mexicano Rodolfo Neri Vela, en su colaboración El Sol y sus visitantes. “Sin embargo, sí es necesario escudriñar todos sus secretos, de modo que los humanos entendamos un poco mejor el origen de la vida, la interacción entre los cuerpos celestes, los peligros que encarna esta maravillosa fuente de energía, sus efectos sobre la Tierra”.
Con la llamarada del 14 de febrero de 2011, la dirección del viento solar fue paralela a nuestro campo magnético, afectándolo tangencialmente y originando impresionantes auroras boreales en las regiones árticas. Hubo afectaciones a los radios de onda corta en China, según informó vía comunicado de prensa el meteorológico de Beijing.
Esa nube solar que llegó a al Tierra era débil energéticamente, explica Américo González, pues no se registró actividad importante entre los instrumentos encargados de predecir la trayectoria y el tiempo de arribo de las tormentas espaciales, como Mexart que cuenta con 4,096 antenas distribuidas en 9 mil 500 metros cuadrados en el municipio michoacano de Coeneo. Como este observatorio solamente existe otro en India y otro en Japón.
“Me da la impresión de que estas primeras alertas son reflejo de la ansiedad que había entre la comunidad porque el mínimo solar había sido muy prolongado. El Sol no despertaba y estábamos muy pendientes de los primeros eventos solares”, comenta González.
Los científicos mexicanos entrevistados coinciden en que este tipo de actividad siempre ha ocurrido, pero hoy la ciencia cuenta con mejores instrumentos para estudiar estos fenómenos. Sin embargo, dar a conocer sus resultados sin el contexto suficiente ocasiona, y seguirá ocasionando, alarmas innecesarias entre la población.
Actualmente, los observatorios espaciales permiten saber cuándo el Sol liberó una eyección hacia la Tierra. En su camino, estas nubes solares se encontrarán con otros satélites como ACE y WIND, especializados en el estudio de viento solar, que al paso de las partículas miden su potencia e identifican sus propiedades. Con esta información es posible emitir alertas de alarma con una o dos horas de anticipación.
Conocida como la “Tormenta de Halloween”, en 2003, ocurrieron 17 sorpresivas llamaradas solares, aún cuando se esperaba que la actividad comenzara a decrecer. La explosión de gases viajó a ocho millones de kilómetros por hora y afectó a la Tierra del 19 de octubre al 7 de noviembre, según los registros de la NASA.
El efecto en las comunicaciones satelitales obligó a los controladores de vuelo a cambiar las rutas de los aviones y hubo un apagón de más de una hora en el sur de Suecia, según recordó en la reciente discusión en la reunión anual de la AAAS, Helena Lindberg, representante de la Agencia Sueca de Contingencias Civiles.
Aclaró que los efectos se redujeron por las medidas preventivas que se implementaron previamente, y agregó que estamos a tiempo de prepararnos antes del siguiente ciclo solar en 11 años. “Desde la perspectiva sueca resulta natural y esencial lidiar con el clima espacial. Sin embargo, muchos de mis colegas en la Unión Europea no están convencidos de que sea tan importante como el clima normal. En Estados Unidos han colocado el tema como prioridad en su agenda política; esto debería ser un incentivo para otros países”, dijo Lindberg.
De acuerdo con información de la iniciativa Sun-Earth Day de la NASA, el programa de predicción de clima espacial estadounidense cuesta 5 millones de dólares al año, pero ha permitido ahorros de más de 500 mil millones de dólares anuales a la industria satelital y eléctrica de ese país.
En 2010, la Cámara de Diputados aprobó la creación de la Agencia Espacial Mexicana con un presupuesto anual de 10 millones de pesos, poco menos de un millón de dólares, para diseñar y ejecutar la política espacial del país, así como para participar en el desarrollo de naves y satélites, además de coordinar los esfuerzos de gobierno, industria e instituciones científicas.
Esta iniciativa es coordinada por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, pero si acude a la dependencia para preguntar sobre “clima espacial”, notará que es un tema que les resulta completamente ajeno. Solamente en la academia se encuentra a los especialistas que han seguido las advertencias internacionales sobre los efectos de la actividad solar en las telecomunicaciones.
“En México no tenemos un sistema de alarma (ante una tormenta solar)”, explica Lara. “Aunque no podemos competir con los satélites que monitorean el Sol, podríamos usar (la información) de éstos para implementar una alarma nacional”.
Las emanaciones abruptas de plasma ya han afectado satélites de comunicaciones, navales y de monitoreo del clima terrestre con daños en sus paneles solares, malfuncionamiento, tambaleo en su órbita o incluso reducción en su periodo de vida útil. Los electrones libres contenidos en el viento solar se introducen fácilmente en los conductores eléctricos de un satélite, lo que pone en riesgo la operación electrónica del artefacto. El mayor riesgo de una gran tormenta solar sería que lo sacara de órbita sin que su combustible alcanzara para corregir su dirección.
Conocido como el padre del sistema satelital mexicano, Salvador Landeros dice que el eventual impacto de una tormenta solar sobre infraestructura mexicana es una asignatura pendiente. “Ahí hay un riesgo latente”, advierte quien fuera director de Satmex durante el sexenio de Miguel de la Madrid. “No dudo de que sí nos haría mucho daño”.
Habría que dimensionar el tamaño, la velocidad y radiación de una gran tormenta solar para poder correlacionarlo con la resistencia actual de nuestros instrumentos y poder tomar decisiones ante una contingencia extrema, propone quien tuvo a su cargo la primera generación de satélites mexicanos, el Morelos I y II.
A la fecha, los satélites mexicanos no han sufrido averías por la actividad solar, por lo que tampoco se ha considerado apagarlos ante una eventual tormenta, dice Landeros. Los científicos recomiendan hacer esto durante unos minutos ante el paso de una eyección de masa coronal, pero eso significaría dejar sin comunicación a todo el país, incluyendo a dependencias estratégicas como Comisión Federal de Electricidad, Pemex y el Ejército.
Ante la posibilidad de que el máximo solar se presentara durante los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, el comité organizador lanzó una alerta, el pasado enero, advirtiendo que trabajarían de manera cercana con las autoridades para asegurar un protocolo de contingencia, pues con 15.6 mil millones de dólares invertidos deben asegurar el correcto funcionamiento de los satélites y, por tanto, la transmisión de la fiesta deportiva.
El clima espacial  es como el estudio de los temblores, explica Américo González. No sabemos cuándo va a ocurrir, pero de que en la Tierra tiembla, eso es un hecho. Igual ocurre con el Sol. Frente a la posibilidad de una impredecible súper tormenta solar, solamente queda estar preparados para atenuar daños y aprovecharla para desentrañar los enigmas de una estrella. 

¿Existe Dios?

Sin dudarlo, este es uno de los temas más complicados para escribir. Mucho más polémico que las cuentas del exgobernador mexiquense Arturo Montiel –ya ni quién se acuerde de él–. En fin, con el tema de Dios, la gente se apasiona. Se tocan las fibras más sensibles. En lo personal, me movió el tapete. Valió la pena. (Publicado en la revista QUO. Diciembre 2011)


¿Existe Dios?
¿Se puede probar científicamente la existencia de un creador todopoderoso? Dios es, sin duda, el problema más complejo al que se han enfrentado los científicos. 
En las calles parisinas a mediados del siglo XVII, cuando sobrevivir a la tuberculosis era “milagroso”, un hombre de casi 40 años se tambalea por el flagelo de las púas que le laceran la cadera. Acepta con resignación el escozor del cilicio que le llaga la piel, y hasta podría apretar más ese cinturón de acero como prueba de su devoción religiosa. Este apasionado creyente es uno de los genios matemáticos más reconocidos por sus aportaciones a la geometría y el azar; incluso lo consideran el padre de las computadoras.
Los científicos de la época, como Blaise Pascal, estaban condenados a aceptar la cosmovisión de una dictadura religiosa. Todos debían ser fieles cristianos para evitar morir quemados en una hoguera. Todos comulgaban –al menos públicamente– con el dogma de Dios como creador del Universo. Solo podían buscar el plan de la naturaleza como obra divina.
La diferencia entre creer y no creer en un ser supremo, creador todopoderoso, está, quizá, en dudar de su existencia. ¿Existe Dios? Pascal también se hizo esa pregunta, pero formuló una respuesta que no violentara sus creencias. Basado en la Teoría de la Probabilidad -que había definido junto con Pierre de Fermat y que hoy es fundamental en la estadística-, Pascal encontró cuatro posibilidades: “Si crees en Dios y existe, ganas; si no crees en Dios y existe, pierdes; si crees en Dios y no existe, ni ganas ni pierdes; si no crees y no existe, tampoco pierdes”.
Creer, resulta la única opción que garantiza algún tipo de ganancia; por eso decía que solamente había una “apuesta ciega” a Dios. Es el llamado “Cálculo de las Creencias” o “Apuesta de Pascal”, que presentó a los 32 años, cuando renunció al conocimiento para entregarse a la devoción, después de sobrevivir a un aparatoso accidente de carretas junto al río Sena.

La probabilidad de Dios
Entre los científicos hay de todo entre dos extremos: desde los ciegamente religiosos hasta los furiosamente ateos. El asunto es que cuando se busca a Dios bajo el microscopio, lupa o telescopio, no se deja ver. Ante la imposibilidad de conocer o probar la existencia de Dios, el agnosticismo –eso que se define como la incapacidad humana para entender lo divino– queda como la tercera vía. El mismo Albert Einstein era agnóstico, aunque estaba convencido de que hasta lo incomprensible podía ser comprendido.
Acerquémonos a los científicos para buscar a Dios desde sus diferentes disciplinas. No son entrevistas, se les advierte, sino charlas de café para saber cómo se podría probar la existencia de un ser supremo.
“Ninguna agencia de investigación asignaría fondos para que un científico se dedicara de tiempo completo a probar la existencia de Dios”, dice el astrofísico mexicano Omar López Cruz. Es experto en la evolución del Universo, reconocido por los modelos que ha propuesto sobre la formación de galaxias. “Al Universo ni le interesa lo que yo haga. Desde una visión evolucionista, la salvación del alma es independiente de la evolución del Cosmos”, comenta.
Criado en el seno de una familia profundamente religiosa, en sus épocas universitarias no pudo terminar de leer Why I Am Not a Christian, del matemático británico Bertrand Russell: demasiado conflicto. Hoy se califica como agnóstico, pero asegura que la astronomía no lo ha alejado de Dios: “Han sido los mismos seres humanos”.
En los últimos 10 años, tras el atentado a las Torres Gemelas, los ateos han endurecido públicamente su posición. “Muchos de nosotros veíamos a las religiones como un sinsentido inofensivo. Aunque las creencias carecen de suficiente evidencia, pensábamos que si la gente las necesitaba, qué peligro podía haber en eso. El 11 de septiembre cambió todo”, escribió el biólogo británico Richard Dawkins, quien a partir de los acontecimientos se declaró enemigo acérrimo de las religiones. “Habíamos guardado un extraño respeto que protegía la religión de la crítica. ¡Basta de ese maldito respeto!”.
Dawkins no tiene nada contra Dios –al final, para él no existe–. Su protesta es contra el fanatismo religioso, porque en nombre de la fe, las personas se vuelven intolerantes, atacan a quienes no comparten o cuestionan a Dios y son capaces de atentados suicidas en nombre de su religión.
La maldad, la ausencia del bien y las atrocidades disminuyen la probabilidad de que Dios exista. Así lo plantea Stephen Unwin, un físico británico que calcula en 67% la probabilidad de la existencia de una divinidad. Para hacer esta estimación, Unwin utilizó afirmaciones subjetivas que Dawkins reviró con proposiciones igualmente parciales que arrojan un 99.9% en contra de la existencia de Dios.
Unwin utilizó el Teorema de Bayes para argumentar su fe. La aplicación práctica de este teorema sirve para calcular el precio de las acciones en la Bolsa de Valores o la resistencia de materiales en un sismo cuyas variables son concretas y medibles. Pero con Dios, solamente se pueden elegir variables arbitrarias y asignar valores basados en las creencias propias: el origen del Universo es más posible con la existencia de Dios, 67%; Dios existe y desató la evolución, 50%; hay un Dios detrás de las experiencias míticas y religiosas, 62%. Unwin incluso arriesgó la ocurrencia de calcular que, basado en su fe religiosa, la probabilidad de Dios aumentaba a 95%.
“Hace mucho tiempo, los matemáticos dejaron de buscar la prueba de la existencia de Dios”, explica Margarita Medina Herrera, directora del departamento de Física y Matemáticas del Tecnológico de Monterrey. “Lo que Unwin presenta no es una prueba, es un cálculo de probabilidad”. Aunque ella es creyente, su fe no le impide revisar científicamente la supuesta demostración de Unwin: “Es un cálculo subjetivo que se puede hacer de otra manera y dar otro número, por lo tanto no es exacto, además de que es un cálculo que no incluye todas las variables y no podría incluirlas porque nadie sabe cuáles son”.

Un milagro sin autor
A los 21 años, el físico británico Stephen Hawking, célebre por su Teoría de Hoyos Negros, fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad crónica y letal que paraliza completamente el cuerpo. Es un padecimiento que provoca la muerte en dos o cinco años. Hawking ha sobrevivido 50 años más; en enero de 2012 cumplirá 70.
Aunque algunos médicos consideran que la propia vida de Hawking es un “milagro”, el científico inglés ha declarado que no cree en un dios personal, como se define a esa entidad que todo lo designa y controla. En su bestseller A Brief History of Time, en 1998, Hawking afirmó que sus teorías cosmológicas dejaban “muy poco espacio” para la idea de un dios creador. Sin embargo, aceptaba que hasta que se descifrara la teoría completa del Big Bang, habría que tener en cuenta la importancia de creer.
Un ateo como milagro
Hawking ha vivido entre dos mundos: con una madre comunista y una primera esposa que tomó fuerza de su religiosidad para soportar los primeros años de enfermedad del genio británico. Cuando se divorció, Jane declaró que Stephen era ateo.
Con los años, Hawking ha endurecido su posición. “La pregunta es: ¿el origen del Universo fue causado por un dios de razones incomprensibles para el hombre o se originó por las leyes científicas? Yo creo que fue por la segunda”, contestó al presentar en 2010 su libro más reciente, The Grand Design, en el que plantea que la idea de Dios es redundante. “Dado que existen leyes como la de gravedad, entonces el Universo puede crearse y se creará de la nada”.
Los argumentos de Hawking han ocasionado que un grupo de científicos religiosos, incluidos físicos de partículas y matemáticos, salgan en defensa de sus creencias. El jesuita Guy Consolmagno, astrónomo del Observatorio del Vaticano, advierte que Hawking no explica claramente por qué existe “algo” en lugar de “nada”. “Sólo ha dicho que algo viene de algo”, le ha revirado en medios de comunicación.
La reciente provocación de Hawking, sin embargo, ha sido visto entre la comunidad científica como un truco comercial para incrementar las ventas de su libro, pues la inexistencia de Dios no es novedosa para la ciencia. Se cuenta que en el siglo XVIII, el emperador Napoleón Bonaparte preguntó al astrónomo francés Pierre-Simon Laplace por qué nunca incluía a Dios en sus investigaciones. Laplace contestó: “Nunca he necesitado esa hipótesis”.

Creador del Universo
¿Cómo definir a Dios? La Real Academia Española lo hace así: “Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo”. La Teoría de la Evolución –actualmente aceptada por las autoridades vaticanas–eliminó la idea de un dios creador en biología, pero trasladó la discusión a la arena de la física de partículas.
“Si Dios se entiende como una mente suprema creadora, entonces no creo en Dios”, dice el físico Gerardo Herrera Corral. “Si uno entiende por Dios un orden en el Universo, un conjunto de leyes y ciertos principios a los que se sujetan, con una cierta armonía en esa estructura del Universo, entonces sí creo en Dios”, añade el físico del Cinvestav.
Herrera Corral coordina un grupo de científicos mexicanos en el Gran Colisionador de Hadrones, donde 2 mil investigadores de 34 países intentan reproducir, a escala microscópica, las condiciones del Universo temprano: un Micro Bang. ¿Están jugando a ser Dios? “No es el caso”, contesta Herrera. “Los físicos buscamos entender, y para eso hacemos experimentos. El Gran Colisionador sigue el método científico que consiste en hacer una hipótesis, especular sobre lo que pasó, hacer el experimento y comprobar si eso realmente ocurrió”.
¿Qué pasó antes del Big Bang? Se desconoce, pero los físicos confían en que, eventualmente, descifrarán qué generó la explosión y de dónde surgió. Sin embargo, los experimentos que se hacen en el colisionador no pueden simular con exactitud todas las condiciones que hubo hace 14 mil millones de años, pues la teoría establece que de la gran explosión no solamente nació el Universo, sino que también provocó la creación del tiempo y el espacio. Hoy, la experimentación tiene que hacerse en el espacio y el tiempo existentes.
Algunos internautas religiosos, aficionados a la física –que como El Vaticano, aceptan la Teoría del Big Bang– comparten sus videos sobre la comprobación científica del Dios eterno. Utilizan el mismo argumento que usó Tomás de Aquino en el siglo XIII para dispensar a Dios de las leyes de causa y efecto: todo tiene una causa que, a su vez, tiene otra causa, y así sucesivamente hasta llegar a Dios como la primera causa. No conceden –como hace la física moderna– que la “nada” tenga posibilidad de creación. Incluso retan: “Si crees que el Universo se creó de la nada, entonces tú tienes más fe de la que yo tengo”.
Herrera Corral explica que los modelos actuales permiten decir que es posible que la “nada” fluctúe y cree algo. Todo está permeado de un vacío, y aunque está “vacío”, en realidad está lleno de actividad. “No pensamos en la nada como ausencia total”, dice. “Hemos llegado a un concepto de la nada a partir de observaciones experimentales. En esta nada hay procesos de los que siempre surge algo, siempre y cuando haya conservación de energía, de modo que esto que surge conserve la energía cero”, argumenta Herrera. “El Universo tiene energía cero y no tenemos ningún problema en que éste haya surgido la nada”.
El físico estadounidense William D. Phillips, Premio Nobel de Física en 1997, hizo mediciones muy precisas del hidrógeno –el átomo más simple compuesto por un protón y un electrón–. Al analizarlo, descubrió que es posible que tenga estados de energía adicionales al nivel uno o dos. Es la estructura fina e hiperfina del hidrógeno, pero para plantear esos niveles es necesario tener una idea del vacío.
Otra manera de explicarlo. A la distancia, un lago se verá tranquilo. Parece que nada se mueve. Al acercarse, comienza a notarse que el agua, en realidad, se está moviendo continuamente. Depende de qué tan cerca se esté para percibir cada vez mayor actividad. Hay cierta actividad que no se ve, porque no se está lo suficientemente cerca. Cuando se trata de energía, con un súper acercamiento se verá una actividad impresionante de partículas que se crean y se destruyen.
¿Es más posible la vida extraterrestre?
“Si Dios existe es parte de la naturaleza y si es parte de la naturaleza es parte de lo que podemos estudiar”, comenta Miguel Alcubierre Moya, físico teórico del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM. Es uno de los físicos mexicanos más respetados a nivel mundial, pues ha desarrollado nuevas técnicas matemáticas para describir la física de los agujeros negros, y sus modelos permitirían viajar más rápido que la luz.
“Independientemente de la religión, pensar que existe un ser supremo que creó las leyes de la naturaleza y que además interviene, es una idea muy poco científica”, dice. Alcubierre considera que entre más se desentraña el funcionamiento de la naturaleza, es menos probable creer en Dios. “Ya no hay lugar para milagros. Cada vez entendemos más la física y el origen de las cosas, cómo funciona el Universo, y queda menos espacio para cualquier fenómeno sobrenatural, y no me refiero solo a un Dios sino a cualquier cosa sobrenatural”, agrega.
A los científicos les encantan las metáforas que involucran a la divinidad. “Dios no juega a los dados”, solía decir Einstein, en referencia a que no aceptaba que el Universo fuera resultado de un accidente. “A mí lo que me interesa averiguar es si Dios tenía opciones al decidir cómo hacer el Universo”, fue otra de sus frases célebres.
Einstein realmente no era una persona religiosa, era casi ateo, quizá no se atrevía a decirlo, pero en la práctica lo era”, comenta Alcubierre. “Mucha gente entiende mal, por las metáforas que le gustaba hacer; creían que era un científico religioso”.
Las analogías que involucran a Dios se pusieron de moda para dimensionar la complejidad de los problemas científicos, como ocurrió en 1994 cuando el premio Nobel León Lederman publicó The God Particle. Se dice que su primera opción de título era “Esa maldita partícula de Dios”, para enfatizar que nadie ha podido encontrar el bosón de Higgs –una partícula elemental hipotética que habría dado origen a la masa de las demás partículas–, pero el editor suavizó el título para no herir susceptibilidades.

Un genio entre los fieles
Resulta curioso y casi irónico que, en 2003, mientras buscaba calcular la velocidad a la que Jesús debió caminar sobre las aguas del Mar de Galilea para no hundirse, el matemático ruso Grigori Perelman llegara a la solución de uno de los siete problemas del milenio, según los clasifica el Instituto Clay de Matemáticas, en Cambridge.
Perelman no halló la velocidad de Cristo sobre la superficie acuática, pero resolvió la Conjetura de Poincaré, un acertijo de 1904 heredado por el matemático francés Henri Poincaré, quien sospechó que si en un espacio cerrado de dos dimensiones todas las figuras son equivalentes, lo mismo ocurrirá para la tercera dimensión y las subsecuentes: cuarta, quinta, sexta. Esto se había comprobado para todas las dimensiones, excepto para la tercera, y Perelman lo resolvió. En 2002 publicó su demostración en internet. No acudió a revistas científicas arbitradas, como normalmente ocurre en estos casos. Cuatro años después, un par de matemáticos chinos anunciaron la demostración completa basándose en los trabajos preliminares de su colega ruso. A Perelman se le reconoció con la Medalla Fields, considerada el Nobel de Matemáticas, pero su destinatario la rechazó. También se negó a recibir el premio de un millón de dólares. “Tengo todo y no necesito dinero”, se limitó a decir a los periodistas, tras la puerta cerrada de su departamento.
Descrito por uno de sus amigos de infancia como un hombre profundamente espiritual y devoto, la religiosidad de Perelman lo llevó a responder que, al resolver el problema de las esferas tridimensionales, sentía que había encontrado a Dios.
Poco se sabe de él. No da entrevistas. Es reservado. Ermitaño. Austero. Vive con su madre en un pequeño departamento en San Petersburgo. Hay quienes afirman que ahora se dedica a probar matemáticamente la existencia de Dios.
¿Se podrá poner a Dios en una ecuación? Claudia Hernández García, experta en Matemáticas y jefa del Departamento de Contenidos de Universum, dice que no. “Habría que definir qué es Dios y hacer una representación de éste en términos matemáticos, pero al tratar de probar la omnipresencia y la omnipotencia se entraría en una serie de paradojas que no permitirían una demostración matemática limpia”.
Primero habría que convertir a Dios en una premisa, en una verdad evidente, en una definición precisa que permita demostrarla. Ejemplo sencillo. ¿Qué es un triángulo? Toda figura con tres lados. Parece obvio e irrefutable, pero lo es porque al trazarlo podemos comprobarlo. “¿Qué es ese Dios que estamos tratando de demostrar? ¿Es una fuerza? ¿Es un ser? ¿Es todopoderoso? ¿Es tan poderoso como para hacer un helado tan grande que no se lo pueda comer ni él mismo? Esa sería una inconsistencia, una paradoja, es decir, cosas que no pueden demostrarse como verdaderas o falsas, e incluso hay cosas que pueden demostrarse como verdaderas y como falsas al mismo tiempo”, explica Hernández García.
“Las matemáticas no son un sistema perfecto”, explica. “Entonces, aunque Dios fuera matemático podría cometer inconsistencias, pero entonces no es tan omnipotente como decíamos”.
Y aún antes de poder contestar si Dios es matemático, habría que definir qué es. “¿Es materia inmaterial?”, pregunta la matemática Medina Herrera, del Tec. “Si me preguntas si Dios es matemático, te digo que también es físico y biólogo”, revira, contestando como creyente y no como científica, aclara. “No podemos ponernos de acuerdo y es ahí donde pisamos terrenos fangoso”, concluye.

La omnipotencia del cerebro
Pascal abandonó la ciencia en pos del jansenismo, una corriente opuesta a los jesuitas. Es una incógnita saber qué habría sido de ese niño genio que desafió a René Descartes con su esquema sobre la ciencia experimental frente a la razón dogmática que proponía el creador del sistema cartesiano.
La historia de Pascal, tal vez, habría sido distinta en este siglo. El físico francés murió a los 39 años entre convulsiones, migrañas y neurosis, que hoy se atribuyen a una posible epilepsia del lóbulo temporal, alteración que exalta la religiosidad, según han descubierto las neurociencias. Una enfermedad que tal vez padecieron mártires como Juana de Arco y Santa Teresa. En el postmortem de Pascal se describe una severa lesión cerebral, así como un atrofiado sistema digestivo, por lo que también habría agradecido en vida un gastroenterólogo, pues se dice que siempre sufrió terribles dolores abdominales por recurrentes indigestiones.
Quizá algunos martíres religiosos padecieron epilepsia del lóbulo temporal

Con apenas 12 años, el niño Blaise compuso un tratado sobre la transmisión del sonido y, cuatro años después, explicó las secciones cónicas, postulando el teorema que lleva su nombre sobre las propiedades de las figuras geométricas.
Usó su genio para ayudar a su padre, un juez de impuestos: le inventó una máquina aritmética que hoy se reconoce como la primera calculadora. Antes de que el fervor religioso lo dominara, se interesó por la demostración del vacío, el peso del aire y la presión de los líquidos. En esa época, sentenció: “Nada que tenga que ver con la fe puede ser objeto de la razón”.
Hay pacientes que al ser resucitados reportan haber tenido experiencias en las que ven una luz muy brillante que los llama. Durante 17 años, el médico británico Sam Parnia se ha dedicado a estudiar la conciencia durante la muerte clínica. Sus investigaciones están muy cerca de las creencias milenarias que el hombre se ha formado sobre el alma, el cielo y Dios.
Director del Departamento de Investigación en Resucitación en la Universidad de Nueva York y autor de What Happens When We Die, Parnia ha entrevistado a 500 personas que dicen haber tenido una “experiencia cercana a la muerte”. La historia más impresionante que ha recogido, dice, es la de un niño de tres años que le contó cómo se vio abordo de una ambulancia; llama la atención porque a esa edad se está lejos de las ideas preconcebidas sobre el más allá. Con trazos básicos, el niño se pinta a sí mismo acostado en la camilla y, al mismo tiempo, se dibuja volando por encima del sol, conectado a una especie de lámpara que emite una intensa luz.
Las investigaciones sobre el tema han atribuido estas experiencias a una ilusión o truco de la mente que ocurre milisegundos antes de morir, cuando el cerebro se percata de que la muerte es inminente. Si realmente hay algo tal como un alma que se desprende del cuerpo al morir, Parnia se ha propuesto entrevistar a mil 500 pacientes resucitados, agregando un ingrediente científico: ha colocado en distintas salas de emergencia de Estados Unidos y Europa una pintura escondida que cuelga del techo, boca arriba, de modo que si hay un alma que flote y en su ascenso sea capaz de ver todo lo que ocurre en la sala, entonces tendrá que ver esta pintura y al volver de la muerte debería ser capaz de describirla.
Vía correo electrónico, Parnia contesta que espera publicar sus primeros resultados hacia finales de 2012. No regala más detalles. ¿La gente que toca la muerte se vuelve más religiosa? ¿Algún grupo fanático ha intentado sabotear su experimento? ¿Él mismo cree en alguna fuerza superior, cree en Dios? Es cauto para responder: “Cualquier experiencia humana –incluidas experiencias cercanas a la muerte, depresión, felicidad y amor– pasan por el cerebro y comparten áreas encefálicas. Descubrir esas áreas o reproducirlas no significa que las experiencias no sean reales. No podríamos decir que el amor, la felicidad y la depresión no son reales. Más aún, mucha gente ha reportado conciencia durante el tiempo en que su cerebro estaba muerto clínicamente y ahí no podría haber cambios cerebrales. Así que lo que parece real para aquellos que lo experimentaron, al resto nos regala un vistazo de lo que es la muerte”.
Experto en psicobiología, el neurocientífico mexicano José Luis Díaz se refiere a  la religiosidad como un comportamiento evolutivo, en el que la idea de Dios es una respuesta de los homínidos a la ansiedad que les produce la conciencia de su mortalidad. La religiosidad probablemente se desarrolló como una cualidad adaptativa que les permitió sobrevivir.
“Tenemos un grupo importante de datos científicos que apuntan a la religiosidad y al cerebro. ¿Dónde está Dios exactamente? No es fácil de responder. Hay un conjunto de zonas que se involucran en la vida religiosa”, explica.
La neuroteología, encargada de estudiar las experiencias "espirituales" por medio de fundamentos neurológicos y evolucionistas, relaciona la religiosidad con una sobreestimulación del lóbulo temporal del cerebro, el uso de alucinógenos, la activación de las neuronas espejo –que permiten identificarse con las emociones y acciones de otro– y el miedo a la muerte.
La epilepsia parcial del lóbulo temporal, identificada al inicio del siglo XX, puede conducir a un estado de “ausencia” en el que el paciente se desconecta del medio o puede experimentar estados de bienestar intenso con alucinaciones de luz intensa, sonidos, olores e incluso visiones de ángeles y demonios. Los pacientes con este trastorno son anormalmente religiosos, con alteraciones anatómicas del hipocampo, y pueden ser tratados con medicamentos que reducen las descargas epilépticas en el cerebro.
Considerado el fundador de la neuroteología, el filósofo Matthew Alper argumenta en The “God” Part of the Brain que la experiencia religiosa es un producto más de la actividad cerebral del ser humano, porque hoy ya se pueden estudiar, con neuroimágenes y tomografías, los cerebros más religiosos. Al observar el cerebro de monjes tibetanos y frailes franciscanos durante la meditación, se ha encontrado un cambio notable en la actividad de los lóbulos frontal y parietal –centros emocionales de la personalidad–, así como en la amígdala cerebral –encargada del procesamiento y almacenamiento de las reacciones.
De los alucinógenos es bien sabido que producen estados místicos, pero esto conduce a determinar que existen neurotransmisores involucrados con las experiencias religiosas y que actúan sobre todo el cerebro. Esa sería la explicación que los científicos encuentran a “la intensa luz al final del túnel”, la liberación masiva de opioides endógenos –endorfinas– que ante una situación de peligro hacen de la inminente muerte un hecho gratificante y placentero, pues es un momento en el que el organismo multiplica 300 veces el volumen de endorfinas.
Este tipo de investigaciones ponen sobre la mesa que no fue Dios el que creó al hombre a su imagen y semejanza, sino al revés. Las neuronas espejo, relacionadas con la capacidad de empatía que el ser humano experimenta, podrían justificar que el hombre se hubiera creado un Dios antropomórfico.
Los neuroteólogos incluso han estudiado el cerebro de ateos recalcitrantes como Dawkins. Y no pasó nada. El ateo más famoso de la época moderna usó el “casco de Dios”, diseñado por Michael Persinger, que estimula el lóbulo temporal con un campo magnético rotatorio débil. Según su creador, 80% de los sujetos que sometió a este experimento reportaron experiencias religiosas. Dawkins solo reportó “un leve mareo”.
“Pero el saber qué zonas cerebrales están involucradas con la religiosidad tampoco nos permitiría producir ateos o religiosos al estimular o dejar de estimular esas áreas específicas”, comenta José Luis Díaz.
¿Creer o no creer? Es una decisión personal, contesta Medina. ¿Como científico, crees o no crees?, pregunto por igual a matemáticos, físicos, médicos, neurocientíficos. Díaz contesta “sí creo” con un sí cauteloso, un sí a una fuerza superior inexplicable. Otros responden con un no rotundo. Otros más no lo saben de cierto, lo sospechan, dudan.  “Si realmente crees en Dios, entonces debes cuestionártelo”, lanza López Cruz. “Debes buscarlo, probarlo, ganártelo, sufrirlo”.