¿Existe Dios?

Sin dudarlo, este es uno de los temas más complicados para escribir. Mucho más polémico que las cuentas del exgobernador mexiquense Arturo Montiel –ya ni quién se acuerde de él–. En fin, con el tema de Dios, la gente se apasiona. Se tocan las fibras más sensibles. En lo personal, me movió el tapete. Valió la pena. (Publicado en la revista QUO. Diciembre 2011)


¿Existe Dios?
¿Se puede probar científicamente la existencia de un creador todopoderoso? Dios es, sin duda, el problema más complejo al que se han enfrentado los científicos. 
En las calles parisinas a mediados del siglo XVII, cuando sobrevivir a la tuberculosis era “milagroso”, un hombre de casi 40 años se tambalea por el flagelo de las púas que le laceran la cadera. Acepta con resignación el escozor del cilicio que le llaga la piel, y hasta podría apretar más ese cinturón de acero como prueba de su devoción religiosa. Este apasionado creyente es uno de los genios matemáticos más reconocidos por sus aportaciones a la geometría y el azar; incluso lo consideran el padre de las computadoras.
Los científicos de la época, como Blaise Pascal, estaban condenados a aceptar la cosmovisión de una dictadura religiosa. Todos debían ser fieles cristianos para evitar morir quemados en una hoguera. Todos comulgaban –al menos públicamente– con el dogma de Dios como creador del Universo. Solo podían buscar el plan de la naturaleza como obra divina.
La diferencia entre creer y no creer en un ser supremo, creador todopoderoso, está, quizá, en dudar de su existencia. ¿Existe Dios? Pascal también se hizo esa pregunta, pero formuló una respuesta que no violentara sus creencias. Basado en la Teoría de la Probabilidad -que había definido junto con Pierre de Fermat y que hoy es fundamental en la estadística-, Pascal encontró cuatro posibilidades: “Si crees en Dios y existe, ganas; si no crees en Dios y existe, pierdes; si crees en Dios y no existe, ni ganas ni pierdes; si no crees y no existe, tampoco pierdes”.
Creer, resulta la única opción que garantiza algún tipo de ganancia; por eso decía que solamente había una “apuesta ciega” a Dios. Es el llamado “Cálculo de las Creencias” o “Apuesta de Pascal”, que presentó a los 32 años, cuando renunció al conocimiento para entregarse a la devoción, después de sobrevivir a un aparatoso accidente de carretas junto al río Sena.

La probabilidad de Dios
Entre los científicos hay de todo entre dos extremos: desde los ciegamente religiosos hasta los furiosamente ateos. El asunto es que cuando se busca a Dios bajo el microscopio, lupa o telescopio, no se deja ver. Ante la imposibilidad de conocer o probar la existencia de Dios, el agnosticismo –eso que se define como la incapacidad humana para entender lo divino– queda como la tercera vía. El mismo Albert Einstein era agnóstico, aunque estaba convencido de que hasta lo incomprensible podía ser comprendido.
Acerquémonos a los científicos para buscar a Dios desde sus diferentes disciplinas. No son entrevistas, se les advierte, sino charlas de café para saber cómo se podría probar la existencia de un ser supremo.
“Ninguna agencia de investigación asignaría fondos para que un científico se dedicara de tiempo completo a probar la existencia de Dios”, dice el astrofísico mexicano Omar López Cruz. Es experto en la evolución del Universo, reconocido por los modelos que ha propuesto sobre la formación de galaxias. “Al Universo ni le interesa lo que yo haga. Desde una visión evolucionista, la salvación del alma es independiente de la evolución del Cosmos”, comenta.
Criado en el seno de una familia profundamente religiosa, en sus épocas universitarias no pudo terminar de leer Why I Am Not a Christian, del matemático británico Bertrand Russell: demasiado conflicto. Hoy se califica como agnóstico, pero asegura que la astronomía no lo ha alejado de Dios: “Han sido los mismos seres humanos”.
En los últimos 10 años, tras el atentado a las Torres Gemelas, los ateos han endurecido públicamente su posición. “Muchos de nosotros veíamos a las religiones como un sinsentido inofensivo. Aunque las creencias carecen de suficiente evidencia, pensábamos que si la gente las necesitaba, qué peligro podía haber en eso. El 11 de septiembre cambió todo”, escribió el biólogo británico Richard Dawkins, quien a partir de los acontecimientos se declaró enemigo acérrimo de las religiones. “Habíamos guardado un extraño respeto que protegía la religión de la crítica. ¡Basta de ese maldito respeto!”.
Dawkins no tiene nada contra Dios –al final, para él no existe–. Su protesta es contra el fanatismo religioso, porque en nombre de la fe, las personas se vuelven intolerantes, atacan a quienes no comparten o cuestionan a Dios y son capaces de atentados suicidas en nombre de su religión.
La maldad, la ausencia del bien y las atrocidades disminuyen la probabilidad de que Dios exista. Así lo plantea Stephen Unwin, un físico británico que calcula en 67% la probabilidad de la existencia de una divinidad. Para hacer esta estimación, Unwin utilizó afirmaciones subjetivas que Dawkins reviró con proposiciones igualmente parciales que arrojan un 99.9% en contra de la existencia de Dios.
Unwin utilizó el Teorema de Bayes para argumentar su fe. La aplicación práctica de este teorema sirve para calcular el precio de las acciones en la Bolsa de Valores o la resistencia de materiales en un sismo cuyas variables son concretas y medibles. Pero con Dios, solamente se pueden elegir variables arbitrarias y asignar valores basados en las creencias propias: el origen del Universo es más posible con la existencia de Dios, 67%; Dios existe y desató la evolución, 50%; hay un Dios detrás de las experiencias míticas y religiosas, 62%. Unwin incluso arriesgó la ocurrencia de calcular que, basado en su fe religiosa, la probabilidad de Dios aumentaba a 95%.
“Hace mucho tiempo, los matemáticos dejaron de buscar la prueba de la existencia de Dios”, explica Margarita Medina Herrera, directora del departamento de Física y Matemáticas del Tecnológico de Monterrey. “Lo que Unwin presenta no es una prueba, es un cálculo de probabilidad”. Aunque ella es creyente, su fe no le impide revisar científicamente la supuesta demostración de Unwin: “Es un cálculo subjetivo que se puede hacer de otra manera y dar otro número, por lo tanto no es exacto, además de que es un cálculo que no incluye todas las variables y no podría incluirlas porque nadie sabe cuáles son”.

Un milagro sin autor
A los 21 años, el físico británico Stephen Hawking, célebre por su Teoría de Hoyos Negros, fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad crónica y letal que paraliza completamente el cuerpo. Es un padecimiento que provoca la muerte en dos o cinco años. Hawking ha sobrevivido 50 años más; en enero de 2012 cumplirá 70.
Aunque algunos médicos consideran que la propia vida de Hawking es un “milagro”, el científico inglés ha declarado que no cree en un dios personal, como se define a esa entidad que todo lo designa y controla. En su bestseller A Brief History of Time, en 1998, Hawking afirmó que sus teorías cosmológicas dejaban “muy poco espacio” para la idea de un dios creador. Sin embargo, aceptaba que hasta que se descifrara la teoría completa del Big Bang, habría que tener en cuenta la importancia de creer.
Un ateo como milagro
Hawking ha vivido entre dos mundos: con una madre comunista y una primera esposa que tomó fuerza de su religiosidad para soportar los primeros años de enfermedad del genio británico. Cuando se divorció, Jane declaró que Stephen era ateo.
Con los años, Hawking ha endurecido su posición. “La pregunta es: ¿el origen del Universo fue causado por un dios de razones incomprensibles para el hombre o se originó por las leyes científicas? Yo creo que fue por la segunda”, contestó al presentar en 2010 su libro más reciente, The Grand Design, en el que plantea que la idea de Dios es redundante. “Dado que existen leyes como la de gravedad, entonces el Universo puede crearse y se creará de la nada”.
Los argumentos de Hawking han ocasionado que un grupo de científicos religiosos, incluidos físicos de partículas y matemáticos, salgan en defensa de sus creencias. El jesuita Guy Consolmagno, astrónomo del Observatorio del Vaticano, advierte que Hawking no explica claramente por qué existe “algo” en lugar de “nada”. “Sólo ha dicho que algo viene de algo”, le ha revirado en medios de comunicación.
La reciente provocación de Hawking, sin embargo, ha sido visto entre la comunidad científica como un truco comercial para incrementar las ventas de su libro, pues la inexistencia de Dios no es novedosa para la ciencia. Se cuenta que en el siglo XVIII, el emperador Napoleón Bonaparte preguntó al astrónomo francés Pierre-Simon Laplace por qué nunca incluía a Dios en sus investigaciones. Laplace contestó: “Nunca he necesitado esa hipótesis”.

Creador del Universo
¿Cómo definir a Dios? La Real Academia Española lo hace así: “Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo”. La Teoría de la Evolución –actualmente aceptada por las autoridades vaticanas–eliminó la idea de un dios creador en biología, pero trasladó la discusión a la arena de la física de partículas.
“Si Dios se entiende como una mente suprema creadora, entonces no creo en Dios”, dice el físico Gerardo Herrera Corral. “Si uno entiende por Dios un orden en el Universo, un conjunto de leyes y ciertos principios a los que se sujetan, con una cierta armonía en esa estructura del Universo, entonces sí creo en Dios”, añade el físico del Cinvestav.
Herrera Corral coordina un grupo de científicos mexicanos en el Gran Colisionador de Hadrones, donde 2 mil investigadores de 34 países intentan reproducir, a escala microscópica, las condiciones del Universo temprano: un Micro Bang. ¿Están jugando a ser Dios? “No es el caso”, contesta Herrera. “Los físicos buscamos entender, y para eso hacemos experimentos. El Gran Colisionador sigue el método científico que consiste en hacer una hipótesis, especular sobre lo que pasó, hacer el experimento y comprobar si eso realmente ocurrió”.
¿Qué pasó antes del Big Bang? Se desconoce, pero los físicos confían en que, eventualmente, descifrarán qué generó la explosión y de dónde surgió. Sin embargo, los experimentos que se hacen en el colisionador no pueden simular con exactitud todas las condiciones que hubo hace 14 mil millones de años, pues la teoría establece que de la gran explosión no solamente nació el Universo, sino que también provocó la creación del tiempo y el espacio. Hoy, la experimentación tiene que hacerse en el espacio y el tiempo existentes.
Algunos internautas religiosos, aficionados a la física –que como El Vaticano, aceptan la Teoría del Big Bang– comparten sus videos sobre la comprobación científica del Dios eterno. Utilizan el mismo argumento que usó Tomás de Aquino en el siglo XIII para dispensar a Dios de las leyes de causa y efecto: todo tiene una causa que, a su vez, tiene otra causa, y así sucesivamente hasta llegar a Dios como la primera causa. No conceden –como hace la física moderna– que la “nada” tenga posibilidad de creación. Incluso retan: “Si crees que el Universo se creó de la nada, entonces tú tienes más fe de la que yo tengo”.
Herrera Corral explica que los modelos actuales permiten decir que es posible que la “nada” fluctúe y cree algo. Todo está permeado de un vacío, y aunque está “vacío”, en realidad está lleno de actividad. “No pensamos en la nada como ausencia total”, dice. “Hemos llegado a un concepto de la nada a partir de observaciones experimentales. En esta nada hay procesos de los que siempre surge algo, siempre y cuando haya conservación de energía, de modo que esto que surge conserve la energía cero”, argumenta Herrera. “El Universo tiene energía cero y no tenemos ningún problema en que éste haya surgido la nada”.
El físico estadounidense William D. Phillips, Premio Nobel de Física en 1997, hizo mediciones muy precisas del hidrógeno –el átomo más simple compuesto por un protón y un electrón–. Al analizarlo, descubrió que es posible que tenga estados de energía adicionales al nivel uno o dos. Es la estructura fina e hiperfina del hidrógeno, pero para plantear esos niveles es necesario tener una idea del vacío.
Otra manera de explicarlo. A la distancia, un lago se verá tranquilo. Parece que nada se mueve. Al acercarse, comienza a notarse que el agua, en realidad, se está moviendo continuamente. Depende de qué tan cerca se esté para percibir cada vez mayor actividad. Hay cierta actividad que no se ve, porque no se está lo suficientemente cerca. Cuando se trata de energía, con un súper acercamiento se verá una actividad impresionante de partículas que se crean y se destruyen.
¿Es más posible la vida extraterrestre?
“Si Dios existe es parte de la naturaleza y si es parte de la naturaleza es parte de lo que podemos estudiar”, comenta Miguel Alcubierre Moya, físico teórico del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM. Es uno de los físicos mexicanos más respetados a nivel mundial, pues ha desarrollado nuevas técnicas matemáticas para describir la física de los agujeros negros, y sus modelos permitirían viajar más rápido que la luz.
“Independientemente de la religión, pensar que existe un ser supremo que creó las leyes de la naturaleza y que además interviene, es una idea muy poco científica”, dice. Alcubierre considera que entre más se desentraña el funcionamiento de la naturaleza, es menos probable creer en Dios. “Ya no hay lugar para milagros. Cada vez entendemos más la física y el origen de las cosas, cómo funciona el Universo, y queda menos espacio para cualquier fenómeno sobrenatural, y no me refiero solo a un Dios sino a cualquier cosa sobrenatural”, agrega.
A los científicos les encantan las metáforas que involucran a la divinidad. “Dios no juega a los dados”, solía decir Einstein, en referencia a que no aceptaba que el Universo fuera resultado de un accidente. “A mí lo que me interesa averiguar es si Dios tenía opciones al decidir cómo hacer el Universo”, fue otra de sus frases célebres.
Einstein realmente no era una persona religiosa, era casi ateo, quizá no se atrevía a decirlo, pero en la práctica lo era”, comenta Alcubierre. “Mucha gente entiende mal, por las metáforas que le gustaba hacer; creían que era un científico religioso”.
Las analogías que involucran a Dios se pusieron de moda para dimensionar la complejidad de los problemas científicos, como ocurrió en 1994 cuando el premio Nobel León Lederman publicó The God Particle. Se dice que su primera opción de título era “Esa maldita partícula de Dios”, para enfatizar que nadie ha podido encontrar el bosón de Higgs –una partícula elemental hipotética que habría dado origen a la masa de las demás partículas–, pero el editor suavizó el título para no herir susceptibilidades.

Un genio entre los fieles
Resulta curioso y casi irónico que, en 2003, mientras buscaba calcular la velocidad a la que Jesús debió caminar sobre las aguas del Mar de Galilea para no hundirse, el matemático ruso Grigori Perelman llegara a la solución de uno de los siete problemas del milenio, según los clasifica el Instituto Clay de Matemáticas, en Cambridge.
Perelman no halló la velocidad de Cristo sobre la superficie acuática, pero resolvió la Conjetura de Poincaré, un acertijo de 1904 heredado por el matemático francés Henri Poincaré, quien sospechó que si en un espacio cerrado de dos dimensiones todas las figuras son equivalentes, lo mismo ocurrirá para la tercera dimensión y las subsecuentes: cuarta, quinta, sexta. Esto se había comprobado para todas las dimensiones, excepto para la tercera, y Perelman lo resolvió. En 2002 publicó su demostración en internet. No acudió a revistas científicas arbitradas, como normalmente ocurre en estos casos. Cuatro años después, un par de matemáticos chinos anunciaron la demostración completa basándose en los trabajos preliminares de su colega ruso. A Perelman se le reconoció con la Medalla Fields, considerada el Nobel de Matemáticas, pero su destinatario la rechazó. También se negó a recibir el premio de un millón de dólares. “Tengo todo y no necesito dinero”, se limitó a decir a los periodistas, tras la puerta cerrada de su departamento.
Descrito por uno de sus amigos de infancia como un hombre profundamente espiritual y devoto, la religiosidad de Perelman lo llevó a responder que, al resolver el problema de las esferas tridimensionales, sentía que había encontrado a Dios.
Poco se sabe de él. No da entrevistas. Es reservado. Ermitaño. Austero. Vive con su madre en un pequeño departamento en San Petersburgo. Hay quienes afirman que ahora se dedica a probar matemáticamente la existencia de Dios.
¿Se podrá poner a Dios en una ecuación? Claudia Hernández García, experta en Matemáticas y jefa del Departamento de Contenidos de Universum, dice que no. “Habría que definir qué es Dios y hacer una representación de éste en términos matemáticos, pero al tratar de probar la omnipresencia y la omnipotencia se entraría en una serie de paradojas que no permitirían una demostración matemática limpia”.
Primero habría que convertir a Dios en una premisa, en una verdad evidente, en una definición precisa que permita demostrarla. Ejemplo sencillo. ¿Qué es un triángulo? Toda figura con tres lados. Parece obvio e irrefutable, pero lo es porque al trazarlo podemos comprobarlo. “¿Qué es ese Dios que estamos tratando de demostrar? ¿Es una fuerza? ¿Es un ser? ¿Es todopoderoso? ¿Es tan poderoso como para hacer un helado tan grande que no se lo pueda comer ni él mismo? Esa sería una inconsistencia, una paradoja, es decir, cosas que no pueden demostrarse como verdaderas o falsas, e incluso hay cosas que pueden demostrarse como verdaderas y como falsas al mismo tiempo”, explica Hernández García.
“Las matemáticas no son un sistema perfecto”, explica. “Entonces, aunque Dios fuera matemático podría cometer inconsistencias, pero entonces no es tan omnipotente como decíamos”.
Y aún antes de poder contestar si Dios es matemático, habría que definir qué es. “¿Es materia inmaterial?”, pregunta la matemática Medina Herrera, del Tec. “Si me preguntas si Dios es matemático, te digo que también es físico y biólogo”, revira, contestando como creyente y no como científica, aclara. “No podemos ponernos de acuerdo y es ahí donde pisamos terrenos fangoso”, concluye.

La omnipotencia del cerebro
Pascal abandonó la ciencia en pos del jansenismo, una corriente opuesta a los jesuitas. Es una incógnita saber qué habría sido de ese niño genio que desafió a René Descartes con su esquema sobre la ciencia experimental frente a la razón dogmática que proponía el creador del sistema cartesiano.
La historia de Pascal, tal vez, habría sido distinta en este siglo. El físico francés murió a los 39 años entre convulsiones, migrañas y neurosis, que hoy se atribuyen a una posible epilepsia del lóbulo temporal, alteración que exalta la religiosidad, según han descubierto las neurociencias. Una enfermedad que tal vez padecieron mártires como Juana de Arco y Santa Teresa. En el postmortem de Pascal se describe una severa lesión cerebral, así como un atrofiado sistema digestivo, por lo que también habría agradecido en vida un gastroenterólogo, pues se dice que siempre sufrió terribles dolores abdominales por recurrentes indigestiones.
Quizá algunos martíres religiosos padecieron epilepsia del lóbulo temporal

Con apenas 12 años, el niño Blaise compuso un tratado sobre la transmisión del sonido y, cuatro años después, explicó las secciones cónicas, postulando el teorema que lleva su nombre sobre las propiedades de las figuras geométricas.
Usó su genio para ayudar a su padre, un juez de impuestos: le inventó una máquina aritmética que hoy se reconoce como la primera calculadora. Antes de que el fervor religioso lo dominara, se interesó por la demostración del vacío, el peso del aire y la presión de los líquidos. En esa época, sentenció: “Nada que tenga que ver con la fe puede ser objeto de la razón”.
Hay pacientes que al ser resucitados reportan haber tenido experiencias en las que ven una luz muy brillante que los llama. Durante 17 años, el médico británico Sam Parnia se ha dedicado a estudiar la conciencia durante la muerte clínica. Sus investigaciones están muy cerca de las creencias milenarias que el hombre se ha formado sobre el alma, el cielo y Dios.
Director del Departamento de Investigación en Resucitación en la Universidad de Nueva York y autor de What Happens When We Die, Parnia ha entrevistado a 500 personas que dicen haber tenido una “experiencia cercana a la muerte”. La historia más impresionante que ha recogido, dice, es la de un niño de tres años que le contó cómo se vio abordo de una ambulancia; llama la atención porque a esa edad se está lejos de las ideas preconcebidas sobre el más allá. Con trazos básicos, el niño se pinta a sí mismo acostado en la camilla y, al mismo tiempo, se dibuja volando por encima del sol, conectado a una especie de lámpara que emite una intensa luz.
Las investigaciones sobre el tema han atribuido estas experiencias a una ilusión o truco de la mente que ocurre milisegundos antes de morir, cuando el cerebro se percata de que la muerte es inminente. Si realmente hay algo tal como un alma que se desprende del cuerpo al morir, Parnia se ha propuesto entrevistar a mil 500 pacientes resucitados, agregando un ingrediente científico: ha colocado en distintas salas de emergencia de Estados Unidos y Europa una pintura escondida que cuelga del techo, boca arriba, de modo que si hay un alma que flote y en su ascenso sea capaz de ver todo lo que ocurre en la sala, entonces tendrá que ver esta pintura y al volver de la muerte debería ser capaz de describirla.
Vía correo electrónico, Parnia contesta que espera publicar sus primeros resultados hacia finales de 2012. No regala más detalles. ¿La gente que toca la muerte se vuelve más religiosa? ¿Algún grupo fanático ha intentado sabotear su experimento? ¿Él mismo cree en alguna fuerza superior, cree en Dios? Es cauto para responder: “Cualquier experiencia humana –incluidas experiencias cercanas a la muerte, depresión, felicidad y amor– pasan por el cerebro y comparten áreas encefálicas. Descubrir esas áreas o reproducirlas no significa que las experiencias no sean reales. No podríamos decir que el amor, la felicidad y la depresión no son reales. Más aún, mucha gente ha reportado conciencia durante el tiempo en que su cerebro estaba muerto clínicamente y ahí no podría haber cambios cerebrales. Así que lo que parece real para aquellos que lo experimentaron, al resto nos regala un vistazo de lo que es la muerte”.
Experto en psicobiología, el neurocientífico mexicano José Luis Díaz se refiere a  la religiosidad como un comportamiento evolutivo, en el que la idea de Dios es una respuesta de los homínidos a la ansiedad que les produce la conciencia de su mortalidad. La religiosidad probablemente se desarrolló como una cualidad adaptativa que les permitió sobrevivir.
“Tenemos un grupo importante de datos científicos que apuntan a la religiosidad y al cerebro. ¿Dónde está Dios exactamente? No es fácil de responder. Hay un conjunto de zonas que se involucran en la vida religiosa”, explica.
La neuroteología, encargada de estudiar las experiencias "espirituales" por medio de fundamentos neurológicos y evolucionistas, relaciona la religiosidad con una sobreestimulación del lóbulo temporal del cerebro, el uso de alucinógenos, la activación de las neuronas espejo –que permiten identificarse con las emociones y acciones de otro– y el miedo a la muerte.
La epilepsia parcial del lóbulo temporal, identificada al inicio del siglo XX, puede conducir a un estado de “ausencia” en el que el paciente se desconecta del medio o puede experimentar estados de bienestar intenso con alucinaciones de luz intensa, sonidos, olores e incluso visiones de ángeles y demonios. Los pacientes con este trastorno son anormalmente religiosos, con alteraciones anatómicas del hipocampo, y pueden ser tratados con medicamentos que reducen las descargas epilépticas en el cerebro.
Considerado el fundador de la neuroteología, el filósofo Matthew Alper argumenta en The “God” Part of the Brain que la experiencia religiosa es un producto más de la actividad cerebral del ser humano, porque hoy ya se pueden estudiar, con neuroimágenes y tomografías, los cerebros más religiosos. Al observar el cerebro de monjes tibetanos y frailes franciscanos durante la meditación, se ha encontrado un cambio notable en la actividad de los lóbulos frontal y parietal –centros emocionales de la personalidad–, así como en la amígdala cerebral –encargada del procesamiento y almacenamiento de las reacciones.
De los alucinógenos es bien sabido que producen estados místicos, pero esto conduce a determinar que existen neurotransmisores involucrados con las experiencias religiosas y que actúan sobre todo el cerebro. Esa sería la explicación que los científicos encuentran a “la intensa luz al final del túnel”, la liberación masiva de opioides endógenos –endorfinas– que ante una situación de peligro hacen de la inminente muerte un hecho gratificante y placentero, pues es un momento en el que el organismo multiplica 300 veces el volumen de endorfinas.
Este tipo de investigaciones ponen sobre la mesa que no fue Dios el que creó al hombre a su imagen y semejanza, sino al revés. Las neuronas espejo, relacionadas con la capacidad de empatía que el ser humano experimenta, podrían justificar que el hombre se hubiera creado un Dios antropomórfico.
Los neuroteólogos incluso han estudiado el cerebro de ateos recalcitrantes como Dawkins. Y no pasó nada. El ateo más famoso de la época moderna usó el “casco de Dios”, diseñado por Michael Persinger, que estimula el lóbulo temporal con un campo magnético rotatorio débil. Según su creador, 80% de los sujetos que sometió a este experimento reportaron experiencias religiosas. Dawkins solo reportó “un leve mareo”.
“Pero el saber qué zonas cerebrales están involucradas con la religiosidad tampoco nos permitiría producir ateos o religiosos al estimular o dejar de estimular esas áreas específicas”, comenta José Luis Díaz.
¿Creer o no creer? Es una decisión personal, contesta Medina. ¿Como científico, crees o no crees?, pregunto por igual a matemáticos, físicos, médicos, neurocientíficos. Díaz contesta “sí creo” con un sí cauteloso, un sí a una fuerza superior inexplicable. Otros responden con un no rotundo. Otros más no lo saben de cierto, lo sospechan, dudan.  “Si realmente crees en Dios, entonces debes cuestionártelo”, lanza López Cruz. “Debes buscarlo, probarlo, ganártelo, sufrirlo”.