Reportear bajo el agua


De todos los asegunes que tiene el oficio periodístico, la posibilidad de tener una probadita de muchos otros mundos posibles es de lo que más disfruto. (Publicado en Revista QUO. Abril 2011)

A 60 metros de profundidad, sin luz ni corrientes que la perturben, sumergida en las aguas apacibles de un abismo subterráneo, se ha preservado prácticamente intacta la historia de un individuo que probablemente vivió en la llamada Era del Hielo. Su osamenta podría contener información clave para descifrar cómo inició el poblamiento del continente americano. “El hallazgo de un cráneo humano y huesos de megafauna prehistórica, entre ellos los de un gonfoterio (especie de mastodonte), en una cueva sumergida de la Península de Yucatán, ha dado pie a un proyecto multidisciplinario coordinado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, para estudiar estos vestigios arqueológicos, cuya antigüedad podría ser mayor a 10 mil años”, señalaba el comunicado oficial que difundió el INAH el 2 de marzo, 12 días después de que la noticia, difundida inicialmente por el blog de National Geographic, diera la vuelta al mundo.
 
Los cenotes de la península yucateca son una especie de máquina del tiempo. En la antigüedad, sus cavernas estaban secas y se fueron llenando de agua conforme la Era del Hielo, literalmente, se derretía. En la tranquilidad de las cuevas inundadas quedaron entonces sumergidos los restos de animales ya extintos, así como huesos de los primeros pobladores de la región; incluso cenizas de hogueras rudimentarias. Eso no es novedad; desde hace más de 20 años se han encontrado en distintas cuevas partes de esqueletos o muestras de carbón. Lo nuevo es que ahora todos esos elementos se encontraron en un mismo espacio. “Solamente queríamos encontrar cueva”, cuenta Alejandro Álvarez, uno de los tres espeleobuzos que participaron en el descubrimiento. “El 10 de mayo de 2007 encontramos el sitio físicamente, el pozo Hoyo Negro, y días después encontramos los huesos”.
Descubrieron una especie de barranca subterránea, de 36 metros de diámetro y 60 de profundidad, dentro de la red de ríos subterráneos Aktún Hu, un sistema de 111 cenotes que hacen las veces de salidas a la superficie. “No pudimos bajar el mismo día porque solamente íbamos preparados para una inmersión larga y distante, pero no profunda”, cuenta el buzo especializado en cuevas. Iba acompañado por Attolini Franco y Alberto Nava. Luego se les unió Daniel Riordan para fotografiar este cementerio prehistórico.
La emoción del hallazgo llevó a Alejandro Álvarez a calificar su descubrimiento como “el santo grial de la exploración subacuática de cuevas”. Guillermo de Anda, antropólogo esquelético de la Universidad de Yucatán y asesor arqueológico de este equipo de espeleobuzos, admite que es una expresión utilizada en contextos de exploración y expediciones. “Tal vez exageramos un poco. A lo que nos referimos es a que es único”, dice De Anda.
Otros especialistas consideran que es una frase completamente alejada de la vocación y la investigación científicas. “En arqueología no podríamos decir que buscamos solamente un santo grial; se requerirían de varios santos griales para poder reconstruir una historia que sucedió hace muchos años”, explica el antropólogo Alejandro Terrazas, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, codirector del Estudio de Hombres Precerámicos en la Península de Yucatán. Este proyecto, dirigido por el paleobiólogo y arqueólogo Arturo González, director del Museo del Desierto de Saltillo, ha documentado y estudiado cuatro de las seis osamentas humanas halladas en las cuevas subterráneas de Quintana Roo, en los alrededores de Tulum: la mujer de Naharón, la mujer de Las Palmas, el hombre de El Templo y el individuo de Chan-Hol. El antropólogo Dominique Rissolo, director del Waitt Institute for Discovery, de Estados Unidos, comenta el hallazgo en Hoyo Negro, así como los que ya se han documentado en la zona, son descubrimientos “emocionantes” porque son piezas de un rompecabezas para conocer a esos antiguos pobladores. “No hay un solo grial sagrado; solamente que esto es algo que la mayoría de los arqueólogos, interesados en este periodo, esperan encontrar”, afirma.
Juntos o revueltos
En Hoyo Negro, el cráneo encontrado aún cuenta con la mandíbula superior y la dentadura prácticamente completa; le faltan los incisivos y los caninos. También es visible un hueso largo del brazo, posiblemente el húmero, y otros que podrían ser las costillas. La presencia de un gonfoterio ya es un referente de la antigüedad del sitio, pues son animales que se extinguieron hace 9 mil años. Los huesos hallados –al menos seis vértebras prácticamente articuladas, un fémur, una tibia– indican que podrían encontrarse los restos completos de este trompudo pariente de los mastodontes. También es posible ver la mandíbula inferior de una especie de tapir prehistórico, así como restos de carbón.
En hallazgos similares, se ha pensado que esto es indicio de que los humanos antiguos se alimentaron de megafauna. No obstante, en un comunicado de prensa, la arqueóloga Pilar Luna Erreguerena, titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del INAH, aclaró que, en Hoyo Negro, los hallazgos de estos materiales corresponden a tres puntos distintos dentro de la misma cueva sumergida. “Se encontraron separados a una distancia de entre 20 y 30 metros, por ello no se puede decir en este momento que todo corresponde a un mismo evento, para ello es necesario hacer los estudios pertinentes. Los vestigios no se pueden relacionar aún con ninguna cultura en particular ni establecer su datación exacta”, cita el boletín. En el pozo, a 43 metros de profundidad, apareció el cráneo humano con la parte frontal hacia abajo, y cerca, el húmero de un brazo. A 57 metros de profundidad, los restos del gonfoterio, media pelvis y un fémur partido. “Si terminaron ahí fue de manera accidental, de manera posterior a la muerte del sujeto”, considera el doctor Terrazas.
“Hemos registrado y documentado cómo las faunas de finales del pleistoceno, así como los humanos, entraban a las cuevas en busca de agua, ya que durante ese periodo Yucatán era árido y estepario, sin agua dulce en la superficie”, dice Arturo González. El director del las investigaciones de Hombres Precerámicos realizados en la zona explica que la disposición de los materiales indica que la descomposición de los restos se dio dentro del agua; por la profundidad a la que se localizan, se encuentran en una ambiente de agua salada que ha permitido su mejor conservación. Supone que esos restos debieron haber llegado ahí antes de la gran inundación, esto es del incremento en el nivel del mar por el deshielo, lo que remite a por lo menos 8 mil años de antigüedad, por lo que seguramente están relacionados con los otros individuos encontrados en la zona.
Europeos o asiáticos
El primer reporte público del hallazgo, realizado a través de un blog de National Geographic –noticia que retomó después en su noticiario televisivo– hizo referencia a un posible vínculo entre el cráneo encontrado en Tulum con la cultura solutrense de los antiguos europeos. Pero los especialistas consultados coinciden en que no han evidencia suficiente para tal afirmación, con excepción del autor de la nota, el arqueólogo Fabio Esteban Amador.
Él defiende que deben estudiarse las rutas marítimas como posibles puentes de migración, si se considera que los antiguos europeos podían contar con algún tipo de tecnología para navegar. “Se puede cruzar un espacio mucho más rápido a través de esas rutas que caminando. En vez de 10 mil años, puede tomar tal vez mil años. Podemos considerarlo imposible debido a largas distancias, pero se convierte en una posibilidad”, justifica.
Sin embargo, la teoría del cruce a pie por el Estrecho de Bering como tesis del poblamiento de América es la más sólida y ha sido apuntalada paulatinamente por las evidencias halladas. “Tan sólo porque el cráneo encontrado es diferente a los cráneos de poblaciones indígenas contemporáneas (como la maya) no indica un antecedente europeo; solamente sugiere una morfología craneal diferente que todavía no entendemos”, comenta Rissolo.
En Estados Unidos hay una corriente que insiste en la posible presencia de pobladores europeos durante la Era del Hielo, especialmente para acreditar posibles antecedentes de piel blanca y ojos claros en América. “A pesar de lo que podrían decir algunos fanáticos supremacistas blancos, no tenemos evidencias serias en la craneometría que sugieran que pudo haber otra migración que no fuera de Asia”, señala Terrazas, por su parte.
De los dos modelos documentados de antiguos pobladores en América se sabe que los paleoamericanos heredaron cráneos alargados y con formaciones robustas de los asiáticos antiguos; en tanto que los amerindios heredaron sus cráneos redondos de los chinos recientes. Y dadas las condiciones climáticas del nuevo continente, los investigadores sospechan que las características biológicas de los primeros americanos se originaron ya en América.
“En este contexto continental, los nuevos descubrimientos en Quintana Roo son fundamentales porque tendríamos representada a una población que seguramente entró por primera vez de las zonas frías del continente hacia las zonas cálidas”, comenta Terrazas. “Si viajaron de un ambiente frío como Alaska, estaban adaptados biológica y culturalmente al frío. Ingresar al trópico de América les implicó otras enfermedades, otros alimentos, otro clima”.
Respuestas bajo el agua
De la osamenta hallada en Las Palmas se ha revelado que se trató de una mujer de 40 a 45 años que vivió hace 8 mil años. Al momento de morir había perdido todos sus dientes. Sus huesos tienen huellas de que realizó actividad física en vida. De la osamenta en Naharón se sabe que fue una mujer que murió a los 25 años y que tiene una antigüedad de 11,600 años. Sufría de una malformación congénita que le fusionó las vértebras del cuello. Es de los esqueletos de más baja estatura de todo el continente.
El hombre de El Templo vivió hace 8 mil años y, aunque las malas condiciones del cráneo no permiten determinar si era paleoamericano, podrían distinguirse algunos rasgos. Los huesos del individuo encontrado en Chan Hol aún están en consolidación –un procedimiento para su preservación–. Lo hallaron con los huesos de manos y pies en su posición anatómica, lo que indica que el cuerpo fue depositado completo. “En los cuatro casos es posible que tengamos evidencia de un tratamiento especial después de muertos”, comenta Terrazas, haciendo alusión a posibles ritos funerarios.
Si los restos del individuo de Hoyo Negro se encuentran en buen estado de conservación, como se afirma, se podrá saber si era hombre o mujer, joven o viejo; si perseguía un mastodonte o fue devorado por otro animal mientras comía frente a su fogata; si cayó en ese precipicio en su intento por encontrar agua, si murió en el sitio o si fue depositado después de muerto.
Entrevistados por separado, los antropólogos De Anda y Esteban Amador dejaron ver que NatGeo podría financiar la investigación de los restos del individuo en Hoyo Negro. Por parte del INAH, la información ha sido más cautelosa y, dado que no se concedió a Quo una entrevista solicitada con la arqueóloga Luna Erreguerena, no fue posible saber si esto ocurrirá, como tampoco qué pasos dará la institución para que la investigación del individuo de Hoyo Negro pueda complementar el estudio de las otras cuatro osamentas recuperadas previamente.
“En México estamos al nivel de cualquier otro lugar del mundo. Tenemos especialistas dedicados por años a estas investigaciones con el reconocimiento internacional. No se justificaría, por ningún motivo, que estos restos salieran del país”, adelanta Terrazas.
Actualmente, adelanta González, a menos de 3 kilómetros de Hoyo Negro existe otro contexto con restos humanos en condiciones similares con presencia de megafauna extinta, a más de 40 metros de profundidad, en agua salada, lo que también permitiría estudios genómicos y de fechamiento por Carbono14. Respecto a que el hallazgo de Hoyo Negro se hubiera hecho en 2007 y hasta ahora se diera a conocer, el antropólogo De Anda señala: “Es sorprendente que haya pasado tanto tiempo, pero no se trató de un ocultamiento mal intencionado de la información sino de medidas de protección. De hecho, se está logrando un acuerdo histórico con el INAH porque está interesado en involucrarse”.
“Antes de extraer la osamenta, el estudio previo bajo el agua nos llevará al menos dos meses de trabajo. Eso implica, cuando menos, que entremos 30 veces”, agrega.
Tarde o temprano los huesos de Hoyo Negro contarán su historia, y todas las respuestas –salvo que no son el santo grial– permanecerán por lo pronto bajo el agua.